Tres historias de éxitos con un final

Atmospheric Van

Luis Ángel Herrera fue un poeta cordobés pero educado en Granada. Después de una tentativa frustrada como crítico taurino -los toros eran su gran pasión-, Herrera decidió hacer caso a su amigo y novelista Andrés Cejudo y presentó una colección de poemas con el título Obsesiones sublimes al Premio Internacional de Poesía Guadamar. Contra todo pronóstico y gracias al interés de un miembro del jurado que no se dejó vencer por las presiones para conceder el premio a un autor ya consagrado, Luis Ángel Herrera obtuvo el galardón que le llevaría a ver publicada su obra, a la que seguirían Sombras y decires o Llamada en espera. Años después, un editor le propuso conmemorar su éxito con una antología de los textos que, a su juicio, constituirían lo más granado de su obra. Herrera revisó página por página, escrito por escrito, y llamó al famoso editor para comunicarle que, desgraciadamente, no tenía ningún poema digno de volver a ser leído y publicado.

Tras el nombre artístico de Mucambo Achele se esconde la historia de Gaspar Aguirre, un músico cubano obligado a vivir en el exilio permanente: ajeno a las nuevas trovas y la adhesión al régimen castrista por un lado, pero cada vez más distante de la obnubilación ideológica de la costa de Florida por otro, Achele residió durante casi una década en Nueva York. Allí depuró su técnica como cantante y libró mil batallas cantando en español en un estilo que suponía una mezcla entre son cubano y blues que los críticos denostarían pero que llegaría a darle la razón ante el público, el auténtico juez de su carrera. Sometido en los años ochenta a los vaivenes del gusto, hizo sus primeras incursiones en la música electrónica sabiamente dosificada con toques étnicos. La anécdota más famosa de su carrera le sobrevino en un concierto en el Palais Omnisport de Bercy: la demanda de entradas para el concierto único del día 6 de julio de 1993 fue tan grande que, sin que estuviese previsto y a instancias de los promotores, tuvo que realizar un nuevo concierto improvisado tras el recital programado a las ocho de la tarde. A principios de los años 2000, la compañía discográfica a la que permanecería fiel durante años le exigió que cumpliese el contrato y editase un disco con sus grandes éxitos. Consultó con su arreglista, Arcadio Rubio, con los músicos y con los amigos más perseverantes. Cuando les preguntó por alguna canción que mereciese salvarse de la inconsistencia de las modas y del tiempo cruel, nadie llegó a decir ni una palabra: no había ninguna.

Esteban Preciado fue desde el inicio de su carrera un joven talento para la psiquiatría. Formado primero en Madrid y doctorado luego en Palo Alto (California), abandonó pronto su trabajo directo con los pacientes para dedicarse a sesudos estudios sobre nuevos fármacos aplicados al estudio de ciertos tipos de depresión. Sus avances en este campo llegaron a salvar cientos de vida de suicidas potenciales, pero Preciado debe su fama ulterior a la creación cibernética. En California tomó pronto contacto con un profesor experto en las nuevas formas de expresión artística. Él, que era un negado para coger un pincel y que jamás soñó con rellenar un lienzo con un mínimo de equilibrio, realizó las primeras experiencias de creación artística utilizando el ordenador. Comenzó por creaciones pictóricas a partir de las fotografías de su hija Sandra y llegó a los museos de arte contemporáneo con sus videocreaciones, en las que mezclaba conceptos musicales, arte abstracto multicambiante y secuencias cinematográficas dignas del expresionismo alemán más puro. Llegó a la frontera de los setenta años con su libro de memorias titulado Mi vida después de Cristo y antes de perder la paciencia. Una prestigiosa publicación española le propuso realizar cuatro entregas con lo más granado de sus afamadas creaciones, pero él contestó que no hay manera posible de que el arte se acopie y atrinchere en lo más excelso porque «lo que hace grande al arte es el apogeo del momento y no la evanescencia de la eternidad».

Esto sí que son historias. Reales como la vida misma.

(Imagen de Thokrates)

6 comentarios en “Tres historias de éxitos con un final”

  1. Cuantos artistas desconocidos son fantásticos. Os doy dos ejemplos de originalidad y singuralidad–Ana Izura, pintora vasca de Irún y Cristina Ereñú (se pueden ver sus cuadros en internet) pero que no están promocionadas por el todopoderoso marketing. Besotes, M.

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