Alberto tiene un firme propósito. Lo dejaba por escrito hace unas horas y, desde ese momento, lo dejó de cumplir. Pese a la contradicción, lo sigue intentando. Alberto es transparente y opaco en exceso. La transparencia desata su capacidad de verborrea, de ira descontrolada y -también- de agresividad. Exhibe sin pudor sus sentimientos, sus alegrías y desgracias con el desparpajo del representante de relojes despliega el muestrario de productos envuelto en terciopelo. El muestrario es el eje de un yo demasiado poderoso como para plegarse a un necesario silencio. La opacidad es un contrapunto, un ostracismo, una inclinación hacia la distancia, hacia la obnubilación. Cuando parece que la socialización lo tiene ganado para su causa, Alberto se repliega sobre sí mismo, se encoge para desaparecer. La necesidad de compañía se convierte, entonces, en el refugio de la soledad. Una soledad no buscada, sino autoinmolada y proclamada -otra vez- a los cuatro vientos. Su capacidad para el amor y el desafecto alcanza partes tristemente proporcionales. Alberto se pregunta si él se merece esto, sin preguntarse también si en sí mismo esté la respuesta a la pregunta, del mismo modo que, una vez hecho el interrogante, lo esparce hacia los demás para hacer esa pregunta un eje sobre el que giran el resto de sus dudas.
Alberto ahora se ha hecho el propósito de no tender hacia la autorreflexión. O, por lo menos, su idea es la de que esa autorreflexión sea ahora menos trascendente y más tomada a broma. La broma de todos los sinsentidos del mundo y, por lo tanto, humor. Alberto no sabe qué tipo de humor saldrá de todo esto, si el humor más filosófico o melancólico, el humor inglés, el humor negro o el humor chusco. De la finura a Los Morancos hay sólo unas carcajadas de diferencia, y le gustaría tomarse y ser tomado en broma sin espesuras bastas, demasiado gruesas como para ser epidermis de la vida.
En ese proceso, Alberto se distrae para no pensar. Y ahora mismo, quien lo desee, puede verle dando pasos decididos por la calle, con los auriculares en las orejas, para no escuchar sus propios pensamientos.
(Imagen de Calca)
(Puedes ir leyendo la secuencia de Fragmentos para una teoría del caos de forma ordenada pinchando aquí)
Capítulo 4º
Da la sensación de que no haya tenido familia, hermanos, amigos…
Fallo desde la infancia. Falta de afecto, desde siempre.
Está totalmente desorientado.
Perdido. Y se convertirá en un ser egoista, sin ser consciente de ello.
¿Sigue?.
Para sobrevivir uno se lo toma a chufla, el siguiente paso es la indiferencia, y el siguiente… la piedra.
Es un buen proposito el de Alberto. No hay que pasar por el mundo como un alelado, pero tampoco es sano exprimir el cerebro constantemente. Eso si: lo de los cascos por la calle, ¡que mal lo llevo…! Me parece un autismo voluntario que ralla en un desprecio hacia el resto de ciudadanitos.
Hay muchos Albertos en el mundo de hoy en dia. Demasiada reflexión existencial a la larga, daña la salud…. Hay que dejar que los acontecimientos surgan y fluyan como un rio hasta su desembocadura… Besotes, M.