Lo leía ayer en el New York Times en un artículo donde Dennis Overbye va repasando algunas cuestiones sobre el universo y otras disquisiciones científicas. Overbye empieza por explicarnos que el universo no empezó en ningún lugar, sino que ocurrió a la vez en todos los sitios y se fue expandiendo. Esto de expandirse es algo complejo, porque el universo no se expande tampoco hacia ningún lugar, dado que lo llena desde siempre. Curioso. Y tan bonito como decía la teoría de la ausencia de límites, que nos hablaba de un universo infinito cuyo único borde es su composición temporal. Por eso es tan importante el presente. Todo lo que sabemos se produce en este momento y, desde esa perspectiva, tiene poco sentido el intentar ver el futuro. Al menos, de manera científica. Porque, como explica Overbye, siempre nos queda el refugio de los sueños y de nuestro corazón. Y aquí llega a la paradoja: incluso todo lo presente no deja de ser información recibida del pasado. Que puede ir de millones y millones de años a un segundo, da igual.
Pero, volviendo al título del artículo, cuando nos pregunten dónde está el centro del universo, tenemos que responder que allí donde estemos nosotros: aquí. Porque el centro del universo está en todas partes y en ninguna. Todo a la vez y de forma «simultánea». Así que tendrán razón si te dicen que eres el centro del universo, pero también tendrán la razón si te dicen lo contrario. Obviamente, si nos dan a elegir, quizás elijamos la primera opción. O no.
Así que la ciencia es ciencia y la poesía es poesía pero, sospechosa y admirablemente, hay puntos de unión exclusiva entre ambas, porque todo es más que poesía y nada es menos que las palabras de un poeta. Cada punto del universo es único y siempre quedarán porciones desconocidas. O una porción que has visto y que no ha podido contemplarla nadie más.
El universo, por lo tanto, es lo mismo, pero siempre diferente. Cada uno tiene uno y en ese universo se fundamenta todo lo que ha existido y todo lo que ha vivido. Si queremos conocerlo, la única manera que tenemos de llegar a todo es compartirlo, decirlo. Susurrarlo al oído para que se sepa que tu centro puede también ser el mío. Y todas las viceversas que podemos encontrar en los versos de la canción de Dylan («Talking’ War III World Blues») con la que acaba el artículo: «Te dejaré estar en tus sueños si me dejas estar en los tuyos».
(Con imagen de David Chao)