El infierno

El infierno no está ni arriba ni abajo. Tampoco son los otros, como decía Sartre. El auténtico infierno habita dentro de nosotros, de la manera más cruel, sincera y combatiente de las verdades que queremos ignorar.

El infierno se encarna en el pensamiento que no es consciente, pero aflora; en el más cruel de los sinsentidos del espejo en el que te miran; en la espiral de los sueños en los que te acechan los ogros venidos de todas partes, a veces en siluetas y colores que atormentan.

El infierno se subraya en la cantidad de infiernos que están alrededor y que ignoramos, en la cantidad de pensamientos fáciles de otros que nos ignoran, en la cantidad de veces de las que somos conscientes que es mejor pensar, pero decidimos seguir en el abismo sin querer. Porque el infierno es una contradicción: el fuego, más que bíblico, es el fuego de Heráclito, que es la misma esencia del universo, el rayo que no cesa.

El infierno es un concepto y una entidad que no agrada a quien la escucha y no la vive. A fin de cuentas, es mejor vivir en los sueños del paraíso, en los ensueños de la apariencia. Y, claro está, algunos en algún momento, otros permanentemente, intentamos evadirnos. El plan de fuga suele ser perfecto hasta que suenan las sirenas, ladran los perros y el foco de luz te acurruca en el rincón más recóndito del laberinto.

El inferno ni es valiente, ni cobarde. Diría que no es negativo, pero lo es, aunque en él habite una gran parte de las verdades que encontramos. Nunca nos hemos sentido más lúcidos como entre las llamas, aunque también es verdad que nunca sufrimos tanto como nos quemamos. A veces, no basta ni el agua fría, ni las pomadas, ni las gasas que procuran calmar el estropeo.

Del infierno es difícil hablar, pero es fácil traducirlos en otras cosas. Las mejores obras de arte, en cualquier género, hablan de él y nos lo perfilan. De todas las versiones del infierno, yo acudo mucho ahora a la de Stromae, con la que siento plenamente identificado. Esa sensación de soledad que tantas personas tienen, pero cada una viviéndola en la soledad más absoluta, por mucha compañía que tengas. El miedo, el infierno y la soledad no son nada fáciles de compartir ni de explicar. Todos los pensamientos te llegan a la cabeza ordenados pulcramente en fila o en avalancha, da igual, Nunca se sabe qué es peor y a dónde te llevarán. Pero quieres olvidarlo todo o cambiar todo o que cese por un momento el dolor de estar vivo. El problema, como el Inferno, está dentro de ti. Y hay veces que se nos olvida.

Aquí tenéis la canción de Stromae: «L’enfer». La imagen es una captura de pantalla del videoclip.

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