No soy bueno en nada, pero me gusta correr. Soy más rápido que unos pocos y más lento que otros muchos, pero tengo una virtud, que ayuda algo a mi autoestima: se me dan bien las cuestas. En los entrenamientos, nada me hace más feliz que una subida, abrupta o continua, dure lo que dure. Llego a ella y le meto una marcha más, dos, a veces más. Esto me hubiese hecho un buen competidor en las carreras de montaña, pero en toda virtud hay un contraefecto: soy un inútil bajando por caminos discontinuos, empedrados y con raíces a punto de la zancadilla. Así que me limito a disfrutar con la dureza de la subida y a conseguir bajar sin estrellarme.
No soy buenos en nada, pero me encanta nadar. Soy algo más rápido que unos pocos y más lento que otros muchos. Tengo una virtud, algo discutible para destacar en este bellísimo deporte de la natación: antes era muy malo, pero he aprendido a corregir un poquito mis defectos. El agua es un medio adverso y no es lo mismo luchar contra un líquido y la horizontalidad que desenvolvernos entre el aire, que es tan habitual, tan cotidiano. Diría que tengo otra virtud, pero no sé si no es también mi mayor defecto: soy tenaz y tozudo y metódico. Y me siento muy bien en los límites de una piscina, entre corcheras y surcando una línea que te marca el camino, pero me fascinan las aguas abiertas, competir en lugares en los que no hay líneas rectas, en los que te puedes desviar y perder las referencias a nada que te descuides. En el mar (claro) no hay cuestas, pero sí hay olas. Y me gusta competir cuando el mar anda algo cabreado y te mece de manera contundente. Las primeras veces, intenté trasladar mi virtud de subir cuestas al medio acuático, pero el resultado fue nefasto. Alguien me dio una lección que nunca olvidé: cuando nadas, las olas hay que intentar pasarlas por abajo. Y, cuando te acercas a la orilla, tienes que dejarte llevar, seguir nadando todo lo que puedas. Antes de volverte a poner (otra vez) de pie.
Y no sé por qué he escrito esto. Juro que lo pensé en varios momentos de carreras y nados. Pero seguro que tiene algo que ver con la vida.
La imagen procede del Instagram de Gerard Alemany.