La máquina expendedora

Autorretrato deconstruido

Como ya se ha dicho muchas veces, el mundo de la ficción es tan apasionante porque ayuda a explicar nuestras vidas de una manera más eficiente que la realidad misma. El largo recorrido de la imaginación por el que estoy siendo conducido gracias a Six Feet Under (A dos metros bajo tierra) me está suponiendo un encontronazo directo, duro (y puro) con la realidad y con mis realidades. El personaje de Nate, su evolución y su complejidad (paralela al vacío interior que va recorriendo su cabeza y sus entrañas) me pone en tantas ocasiones a mí mismo frente a un espejo poco complaciente de la verdad que –a veces– me asusto.

En lo más hondo, creo que todos somos así: muy distintos a como nos ven y muy distintos a como deberíamos de ser (y a cómo deberíamos de reaccionar). Es el sentimiento de extrañamiento de nosotros mismos, que nos conduce a un caos en el que al final, coincidimos con todo menos con nosotros mismos.

Dejo aquí dos perlas entresacadas del episodio cuarto de la última temporada:

Asúmelo. Hay dos clases de personas: tú y todos los demás. Y nunca coincidirán.
— Siento que todo el día me esfuerzo intentando conectar con la gente. Pero da igual cuánta energía le pongas para llegar a tiempo a la estación o subir al tren adecuado. No hay una puta garantía de que alguien te recoja cuando llegues.
— Si crees que la vida es una máquina expendedora en la que metes virtud y obtienes felicidad, es probable que salgas decepcionado.

Lo peor es que ni siquiera te devuelve el cambio.

2 comentarios en “La máquina expendedora”

  1. No conozco la serie, la tele y yo tenemos muy pocos encuentros. Pero en cuanto al funcionamiento de la máquina expendedora sólo hay que probar la más grande que conozco, la de los juzgados: allí metes un montón de pasta y obtienes siempre un montón de mierda. Como la vida misma.

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