El inicio del viaje empieza siempre antes, cuando la cabeza está más llena de planes que la maleta de neceseres, camisetas y calcetines. El turista siempre ansía llevar más equipaje del que necesita, por puro principio y por la sobreabundancia que le acompaña a lo largo de su concepción de la vida. La ilusión comienza cuando quita el polvo a los pasaportes y los abre para oír ese crujido característico de hojas mancilladas y otras pendientes de los sellos que avalen el paso por los confines del mundo. El turista se cerciora de que ese sobre de segunda mano en el que guarda los dólares no gastados permanece en estado latente. Los billetes, que no sobreabundan, están lo suficientemente gastados como para avalar sus trasiegos por el mundo. El dinero es el salvoconducto para el ingreso en los paraísos, pero no necesariamente para la felicidad. Las circunstancias y la propia desidia imbuyen al turista en un desánimo endémico para convertir los proyectos en algo fijo y tangible que sea sinónimo de equipaje. Mientras tanto, se ha asegurado de comprar unas aletas, unas gafas y un tubo que lo transporten, como por arte de magia, de sus zozobras cotidianas al azul turquesa del océano infinito. Necesita la sensación de coger aire profundamente, oscilar su cuerpo y sumergirse con aleteos breves e intensos a la búsqueda de la vida más allá de su vida. Pero eso queda todavía a unos días de distancia, porque el turista,–de momento– el único trayecto que ha emprendido es el de la navegación por Internet para bucear con delirios por sus sueños.
(Imagen de Mario Pleitez.)
Estimado colega de Burgosfera:
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Blogofago
…. Lo mejor… la vuelta a casa…."gensanta" ¿ de dónde sale tantos veraneantes?, ese turista, qué listo es!!! guarda, guarda los billeticos para diciembre. 😉