De cómo las ilusiones, a golpe de campanada, se vuelven rutina.
Los sonidos de réquiem son bellos porque son de muerte y, por ende, de la finitud de reposar en paz y pasar página y capítulo hasta la otra vida. En el lío teosófico que nos montaron, no sabemos dónde quedan las coordenadas exactas para estar y permanecer. Pensábamos que las trompetas anuncian los finales, pero, en estas cosas, la existencia se explica más con la cinematografía que con el pentagrama. El miedo, no obstante, se ha ido por los mismos caminos que las riadas que fueron y que sólo dejan agujereada la memoria. La constatación, el coraje y las lágrimas son el eje sobre el que se erige la afirmación de que no tenemos que seguir la ruta de lo conocido. Cierra los ojos y niégate a servir, a bogar siempre por la corriente que recurre.
(Imagen de Bitzenhofer.)