El mundo es un pañuelo #3 – Lo que aún resta por vivir.

 

El viajero ha llegado a su destino después de un tortuoso vuelo a bordo de un avión de hélices, mecido por el viento y a expensas de una lluvia torrencial. El viajero, mientras sentía una inquietud próxima al miedo, piensa, ahora más que nunca, que los viajes son metáfora de la vida o, incluso, son la vida misma. Llega a un aeropuerto pequeño, casi vacío. Ahora tiene que encontrar un medio para llegar a la ciudad y lo hace contratando a un chófer que se compromete a llevarle a su destino. Al viajero le fascina conocer los nuevos paisajes, los nuevos países en viajes nocturnos, por carretera. El viajero piensa que es una manera de percepción más directa al inconsciente que valorable por la razón del sentido de la vista limpio y diurno. Las señales, las aceras, los comercios, se suceden a un ritmo frenético que cuesta asimilar. Tras la ventanilla, ligeramente abierta, se atisban nuevos olores. Cuando llega a la ciudad, al fin, es incapaz de reconocer algo que no sean las luces del hotel en medio de la negrura del contexto. Los trámites en la recepción se le hacen interminables. Incapaz de mover un músculo, pide algo de comida en la habitación. Vencido por el sueño, por el trasiego, cierra los ojos por un tiempo que él pensaba breve. Y la noche le sumerge entre los sueños, entre las ilusiones de lo que aún resta por vivir.

(Imagen de Juan José Ferres.)

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