After – Descenso a los infiernos

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En descenso, joder. Me di cuenta el otro día, 21 del corriente. Lugar: reunión de padres del colegio de mi hijo. Yo, tangencial, en una esquina, escuchando a medias. Sintonizando con interferencias lo que decía el tutor con mis turbios pensamientos. Una mirada al tendido, ciento ochenta grados. Todo a mi alrededor eran caras de adultos, más viejos que el carajo. Y me dije: joder. Qué viejos. Hice cálculos: algunos no iban a la reunión del primogénito, otros se casaron mayores… Otros –joder, pensé– eran como yo, que me miro al espejo cada día y no llego a ver palpables las diferencias del transcurrir.

Cascado. Estando a punto de pensar: hay muchos jóvenes con espíritu de viejos, hay muchos viejos con espíritu joven. Chorradas, refranes de cascado. Se es joven o adulto. Con kilómetros recorridos en la recámara de un cartucho cada vez con menos balas. Empiezo a comprender. Pelos en las orejas. Joder. Todavía suaves, pelusilla. Pelillos a la mar, que es el morir. Un pelo negro que pasa de sopetón por la escala de los 256 tonos para pasarse al enemigo.

Comprendo. Comprendo a Lester Burnham. Cada día más, hasta el fondo. Un día vas a vivir el primer día del resto de tu vida y la palmas, así, entre retornos al pasado, realidades y deseos encontrados. Joder, con una cara que no se estira ni a golpe de hidratación pertinaz, constante. Con la imaginación volando por el más lascivo de los deseos, con la realidad anclada en ningún puerto. Joder. Con la mirada embriagada por la miopía del que no sabe ver. A la deriva, por las orillas del recuerdo. Cada vez más fogonazos del pasado. Joder. Alguna día todos lloraremos de viejos, supurando por los ojos las heridas de cada batalla de nuestras vidas.

¿Algún Virgilio para acompañarme al descenso por los bajos de la vida? No tiene por qué quemar: joder, basta con ser errantes viajeros por las entrañas de la noche. Joder, las vueltas que da el día cuando oscurece. Aunque quizá seamos nosotros, nuestro eje que nos arroja la luz con los raudales de la fuerza centrípeta. Joder. Tan viejos como para no apurar los días en sus horas veinticuatro.

Por eso, hoy he imaginado una película que existe, pero no he visto. Todavía. La de unos cuarentones que deciden esquilmar la existencia a tragos de desenfreno. Es un after. Sí. Nuestra existencia. Apurando cada minuto a chorros destilados de la esencia que no vivimos. Es un después, que es un antes. Joder con las palabras. Joder qué lío.

6 comentarios en “After – Descenso a los infiernos”

  1. A pesar de tener tus mismas sensaciones casi a diario, y de intentar aceptar el hecho y aprender a envejecer con cierta dignidad y con la resignación de lo inevitable, a pesar de ello, no logro verme o visualizarme, ni tan siquiera imaginarme como el viejo achacoso que Dios quiera (la laternativa me parece aún peor) llegaré a ser. ¿Os pasa igual?

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