ÉL. La vida es más triste que el ritmo de un bolero.
ELLA. ¿Pero qué dices?
ÉL. Eso. Lo tuiteé esta tarde. Es una verdad que intuían, ya, muchas personas. Y ahora la han visto escrita para quitarse la venda de los ojos.
ELLA. ¿Estás bien?
ÉL. Nunca he estado mejor, si a lo que te refieres a estar lúcido y sereno. Estar bien no es vivir engañado sobre el mundo, sobre sus circunstancias.
ELLA. Tienes ojeras. Parece también que has estado llorando. ¿Qué te pasa? Dime.
ÉL. No me pasa nada.
ELLA. ¿No comprendes que tienes que desahogarte, que necesitas quitarte esa costra de dureza? No puedes vivir toda tu vida en la dureza, en la ironía cruel, en el escepticismo. Tienes que creer en algo. Estas temblando.
ÉL. La ironía cruel, como tú la llamas, es algo así como mi segunda piel, más todavía. Impide que se desprendan las escamas. La compré afilando las frases y apuntando a matar con mis pensamientos. Olvidaba que las armas de pensar tienen también retroceso.
ELLA. Vamos a un sitio más apartado. No te puedes quedar ahí. Venga, levántate.
ÉL. Abrázame. Tengo frío.
(Imagen de La Dama del Leño.)
Creo que Él es siempre el mismo. Aunque parezca mentira, tiene, también, momentos de debilidad. Bienvenida, Samanta.
Magdalena. Creo que no hay ningún arma que tenga más retroceso como la del pensamiento. Para bien. Para mal. 🙂
Si Él es siempre Él en todos los diálogos, me resulta extraño que sea él quien pida el abrazo
Nunca me había planteado que las armas del pensamiento tuvieran retroceso… Me gusta la idea. Un beso