El día ha sido largo. Ha comenzado siguiendo un largo camino a través del agua, con el destino custodiado por las corcheras y una respiración esforzada hasta la extenuación. El sentimiento de no aguantar más se llama acumulación de ácido láctico y es una de esas verdades que está por encima de casi todas las convicciones. Luego se entrelazan todas las obligaciones, el trabajo cuando exige máximos y no concede treguas. Esta mañana también ha habido momentos para que me pregunten si tengo estrés. He sonreído y he contestado: «Un poco». Reconozco que esa sonrisa me ha aliviado y me ha distanciado de esos otros ahogos, mucho peores que los de la piscina.
La tarde ha transcurrido lenta. Entre eternas promesas, me he detenido a hacer una masa para unas croquetas y, al cocer unos huevos, he comprobado que la vida es frágil y a veces se escapa como los hilos de la clara, que se dispersaban en el agua realizando dibujos insospechados y bellos. Y ahora llega el momento crítico, cuando se decide elegir las canciones italianas de amor. El momento que predispone a la tristeza.
Vuelvo a pensar si tengo estrés, si me ahogo sin encontrar resquicio para encontrar el aire. Y me encuentro todo un conjunto de notas con las que respiro fuerte cuando tengo ganas de llorar.
El mejor remedio es una buena canción. Gracias, Lourdes.
No es una canción de amor exactamente, pero tiene algo que te envuelve y te tranquiliza si lo respiras fuerte cuando tienes ganas de llorar. A mí me pasa.
Un abrazo, Raúl.
https://www.youtube.com/watch?v=7T1nFrp9shA