La publicidad y la sonrisa de un señor con el pelo blanco y los ojos azules

Magic, by Kevin Dooley

Desde hace ya unos cuantos años, he intentado que mi trabajo gire, también, alrededor de mis aficiones y de mis obsesiones. En un principio, lo hice de manera totalmente inconsciente, pero ahora es algo natural y buscado a partes iguales.

Consigo, de esta manera, que todo sea más fácil, más placentero: las disciplinas en las que suelo indagar (la retórica, la pragmática, la semiótica, el análisis del discurso) me sirven perfectamente para hincarle el diente al cine, a las series de televisión, a las nuevas formas de comunicar… y a la publicidad.

De todas ellas, la publicidad es la que más me atrae y de la que saco mayor rendimiento. Mi relación con la publicidad tiñe todos mis recuerdos desde niño. Si la mayor parte de las personas han vivido en un entorno en el que los anuncios eran momentos para intentar escaparse (saltándose las páginas de un periódico, aprovechando los anuncios de televisión para escaparse rápidamente al baño), en mi caso la publicidad era el centro de todas las atenciones. Mi padre era publicitario en una ciudad como Burgos en los tiempos en los que casi nadie sabía en qué consistía ese oficio. Y crecí viendo la publicidad desde fuera y desde dentro. Desde fuera, prestando atención a todos los anuncios y a los comentarios que se hacían en casa. Desde dentro, viviendo la evolución de una campaña desde su creación. El salón de mi casa era el sitio donde se escuchaba música para buscar inspiración y para hallar una sintonía, el lugar donde se hacían pruebas de sonido y grabaciones. La agencia de publicidad era el sitio donde vivía la magia de los dibujantes, el ajetreo y el desconcierto ordenado de todo el proceso creativo. Tuve la suerte de ser espectador privilegiado de largas sesiones de fotos, de grabaciones de cuñas, de visitas a estudios de radio.

Cuando entré en la universidad no sabía que comenzaría a impartir la asignatura de «Análisis del lenguaje publicitario». En ese momento, vi que el círculo se cerraba y que todo discurriría en armonía. La felicidad de mi padre fue completa y yo me sentía orgulloso de que él lo estuviese. Han pasado ya muchos años y mi padre falleció hace unos cuantos. Y ahora, cada vez que me siento a analizar un anuncio, siento el goce de lo que aprendí y viví. Y siento que, en alguna parte del universo, un caballero elegante con el pelo blanco y los ojos profundamente azules me sonríe y sigue alimentando mi pasión para que nunca me falten las ideas.

(Imagen de Kevin Dooley)

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