Soltando un poco la cuerda de las vacaciones, estaba preparando unas cosas del trabajo. Unos textos con sus ejemplos ilustrativos, cosas de palabras, acciones y contextos. Luego me vino un recuerdo. Fui dejando poco a poco el ordenador y
me puse a leer versos
para sentir el frío de una tarde cálida
en la que pisábamos las mismas baldosas
ese día en que, después de la tormenta,
pisaste sobre una losa hueca
y el agua nos invadió las pantorrillas.
Y leía que el alma nos ha cortado a su medida, a solas, sin el testigo de todo lo que no somos. Después, no sé por qué, aparté los libros y los auriculares me devolvieron unas palabras en forma de canción, que, más que notas, eran recuerdos convertidos en fotografías del alma y pensando que
Vivo cerca del paraíso, pero el reino
no es de nuestro mundo:
está cerca de un zumo a la luz de una galleta,
próximo el edén distante,
dormida tú en el sofá tras una noche de perros y pesadillas
y yo desvelando cada pliegue de un trayecto conocido.
Son momentos de ensoñación en los que todo se nubla para vislumbrar una verdad más allá, que traspasa muchos millones de segundos con el suelo en todo lo alto y el cielo brillando por todos los suelos. Unas notas que desvelan y revelan
Que nos sentaremos
frente a frente
para reconocernos
pensando en esa poca habilidad tuya
para reconocer los rostros
en los contextos adecuados
y esa incapacidad mía
para las tareas más cotidianas.
Es una búsqueda de las huellas, un acto reflejo de perderse en todos los laberintos. Tú, que pensabas que la vida era fácil, hasta que cada meandro iba a demostrar que el agua que llega a la mar no podía nunca ser la misma. En un principio, fue un sueño.
La coincidencia de que nos pasen
las mismas cosas por la cabeza
Es una ilusión, dijiste. Demasiado bueno
para ser verdad.
¿Existe el amor o solo consiste
en un proyecto,
en un balance de cuentas,
en una manera de olvidarse en los detalles?
¿La vida era eso?
Revelarse contra la conformidad
y negar que todos los días sean uniformes,
que el horizonte es imposible y no un problema de bulto,
de no encontrar
la manilla de la puerta.
Pasa todo por unos retazos, como esa aseveración que aún persiste con toda el alma, ese concepto tan bello de estar juntos, que es permanecer y alegrarse y transcender. Una locura equilibrada que se construye con cada fragmento de una historia que se perfila rato a rato.
Buscando una emboscada de abrazos sin medida,
un vaho que empañe todos los reflejos
de la mirada de todos los que no pueden ser tú.
Hoy hace frío, lejos del tiempo. Nada más desapacible que una espera a solas, en el portal del dolor. Nos toca ver la noche desde ángulos distantes,
y sentir que es un consuelo
que todo el universo se resuma
en los márgenes,
que, como todo el mundo sabe,
son lo único importante.