Siempre me han molestado profundamente las personas que se definen como de «Letras» o de «Ciencias». Que no se me entienda mal: creo que lo que (me) ocurre es no tengo nada en contra ni de las Letras ni de las Ciencias y compruebo que hay muchas personas que se declaran incondicionales de uno u otro bando por razones peregrinas y, desde luego, nada consistentes. Los de Letras, diciendo que los de Ciencias son unos borregos e ignorantes que no piensan más que en números; los de Ciencias, diciendo que los se Letras son unos iluminados y pretenciosos que no piensan en una realidad tangible. Yo, que soy un merluzo, nunca he entendido qué significa exactamente ser de Ciencias o ser de Letras. Lo único que sé es que, en un momento demasiado temprano de mi vida, tuve elegir una cosa a la que llamaban «Letras», que me obligaba a dejar de lado una asignatura que me apasionaba (Física). Luego escogí una carrera a la que llamaban «de Letras» (Filología Hispánica). Y, de pronto, me encontré metido en los campos de la Lingüística, disciplina a la que creo que nadie con un mínimo de sensatez y conocimiento llamaría «de Letras». Y ese es el laberinto continuo en el que me muevo. Me interesa todo, no solamente una parte, no solamente desde un ángulo, aunque no alcance a conocer casi nada.
«Yo, que soy un merluzo, nunca he entendido exactamente qué significa exactamente ser de Ciencias o ser de Letras»
Interesándome todo, me interesa, claro, eso que se llama «cultura general». Pero no esa que los de Letras afirman que poseen ellos y los de Ciencias no, esa que debe consistir en ignorar los principios más básicos de la historia de la ciencia, sino aquella que intenta abarcar todo lo importante. Y hay que ser muy ignorante (es decir, no tener cultura general ni de ninguna otra clase) para pasar por alto tantos siglos de aportaciones esenciales para el ser humano. Tener cultura general no significa tan solo saber de Historia, de Literatura o de Arte, sino conocer unos principios básicos de Biología, de Astronomía, de Física, de Matemáticas.
A mí, que soy un ignorante de casi todo, siempre me ha interesado saber un poquito de lo que está a mi alcance y, por esa razón, me gusta mucho la divulgación científica. En un arranque de locura para mis compañeros de clase, que me veían como un bicho raro, leí con pasión a los trece años la Breve historia de la Química de Asimov, al que he visitado y revisitado muchas veces tanto en sus obras de divulgación como en sus obras de ficción. Y pronto llegó, claro, Cosmos de Carl Sagan, esa maravilla que ha ayudado a abrir a tantas personas las maravillas de la ciencia.
«A mí, que soy un ignorante de casi todo, siempre me ha interesado saber un poquito de lo que está a mi alcance y, por esa razón, me gusta mucho la divulgación científica»
Y precisamente de divulgación científica, de Letras y de Ciencias, va el propósito específico de esta entrada. He tenido la inmensa suerte de poner mi granito de arena para que en la Universidad de Burgos hubiese un curso de verano a favor de la ciencia y en contra de las pseudociencias, esa variante tan peligrosa y que va impregnando, desgraciadamente, algunas conciencias mal documentadas y que llega, incluso, a algunos medios de comunicación que informan muy mal sobre este conocimiento pseudocientífico haciéndolo pasar por «verdadero». El mérito de todo esto lo ha tenido (y tiene) Luis Alfonso Gámez, buen amigo desde entonces, que ha dirigido ya cuatro ediciones de este curso y ha contado siempre con un magnífico cartel de divulgadores y especialistas. Este julio pasado, tuve la ocasión de compartir cartel (y mantel) con algunos de ellos, entre los que se encuentra Daniel Torregrosa, al que conocía por el interesante blog Ese punto azul pálido. Daniel Torregrosa es el máximo exponente de que la dicotomía Letras/Ciencias es perversa y, sobre todo, equivocada. Químico de formación, Torregrosa (Dani para mí) es un magnífico divulgador científico con unos vastos conocimientos sobre todo lo que hemos hablado antes que cabe dentro de la «cultura general».
«Daniel Torregrosa es el máximo exponente de que la dicotomía Letras/Ciencias es perversa y, sobre todo, equivocada»
Y, como divulgador científico, ha publicado un libro indispensable: Del mito al laboratorio, que ya va por su tercera edición. Se trata de un libro delicioso que aborda algunos mitos clásicos y explica sus extensiones en el campo de la ciencia en forma de planetas, elementos de la tabla periódica, etc., etc. Los mitos, que nacieron como elementos cosmogónicos y teogónicos para intentar dar respuesta a las grandes preguntas del ser humano (luego filósofos «presocráticos» como Tales, Anaximandro, Anaxímenes, Demócrito… dieron el gran paso con fundamentos más sólidos y explicaciones más elaboradas), tienen en este libro la conexión ideal con la ciencia y todas sus derivaciones.
El libro no solamente es interesante por esta conexión, sino por la inteligencia de su planteamiento y, algo que tiene un especial valor en su lectura, por el gran afán didáctico que posee. Se nota, además, algo que, desde un punto de vista personal, aprecio muchísimo: especialmente en algunos de los capítulos (me viene a la memoria, por ejemplo, «Perseo»), la «narración» del mito se realiza con una delicadeza y un interés que va más allá del esquema «Cuento-el-mito-lo-asocio-con-algo-científico-y-ya». La obra, por lo tanto, no es importante solo por lo que cuenta, sino por la atención dedicada a la forma, que recrea el mito y lo vincula de forma muy atinada.
«El libro no solamente es interesante por esta conexión, sino por la inteligencia de su planteamiento y, algo que tiene un especial valor en su lectura, por el gran afán didáctico que posee»
El otro día, en Twitter, ya vimos algunas aplicaciones prácticas que puede tener el libro en el campo de la enseñanza:
Iniciativas como esta, llevadas a cabo por libros como este, harán que los alumnos (todos los lectores, en general) no vean las cosas como de «Ciencias» o de «Letras», sino conectadas. Porque el conocimiento, la cultura general es algo mucho más importante que «las Letras, las Ciencias».
En definitiva: si queréis pasar un buen rato y aprender conciliando campos muy distintos, tenéis que leer este libro… ya.