Hacia el blanco

Unas veces se escribe por devoción, otras por obligación, pero falta una: la prescripción.

Las poquísimas personas que esperan algo de mí ni siquiera esperan que escriba. Aquí. Y no suelo hacerlo (escribir) por varias razones, que van más allá del bloqueo.

Pero me han pedido que lo haga y yo soy disciplinado en las cosas en las que soy disciplinado y también muy disciplinado en las cosas en las que no soy disciplinado, así que escribo sobre unas cuantas ideas. No esperéis orden ni coherencia ni consistencia. Avisados estáis.

Todo empezó la noche con «No más Myolastán», en un concierto de La Casa Azul hace una semana. Una canción de rebeldía, de borrón y cuenta nueva. La primera estrofa habla de cortar alas, de vestir la vida de formalidad, de rutinas, de soluciones externas. Y la canción anima a cambiar el final, de volver a volar. ¿La vida tiene una salida razonable «por dentro» (por fuera, ya sabemos todos como acaba)?

Las canciones no cambian el mundo, lo sé, pero quizás sí el estado de nuestro mundo en algún momento. Y soñé que me iba vaciando por dentro. Que quitaba unas capas de ego mal concebido, unos cientos de palabras de verborrea autocomplaciente, un cuarto y mitad de victimismo, ciento cuarenta gotas de pensamiento destructivo, una yarda de mirada excesivamente crítica hacia todo (hacia mí, hacia los demás, hacia la realidad), cuatrocientos cincuenta vatios de no hacer sufrir a los demás. Al principio me equivoqué. Notaba que ese vaciado ficticio acabaría dejando un espacio que era negro. Pero luego vi que no, que qué va, que ni de coña. Dejaba colores cada vez más claros, hacia el blanco.

Esta mañana me he enterado de que, en terapia, existe una técnica de visualización guiada. Se recorre mentalmente el cuerpo mediante evocaciones (que pueden ser, como en este caso, cromáticas). El negro (el rojo, a veces) es el malo de la película y el cuerpo se va liberando cuando va hacia el blanco. Yo la estaba haciendo, sin querer, como una imagen de una vida deseada. Para, como en la canción, quitarme de convenciones, de obligaciones y de rutinas que te cortan las alas. Y poder volar.

Y yo no sé a dónde me llevaba esto, pero me ha parecido una idea bonita, aunque sea solamente con la imaginación. Caminar. hacia el blanco. Y poder soñar.

Continuará.

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