
Llega el verano y llegan las tardes de piscina. Como todos los años, las rutinas. Como todos los años, pocas novedades. Como todos los años, agua, sombra, sol y toda la tarde por delante para todo y para nada.
Estamos los de siempre. La piscina es una prolongación de la vivienda y de uno mismo. Presos de nuestras manías, nos peleamos por dos metros cuadrados que consideramos nuestros. Esclavos de nuestras palabras, hablamos en voz alta, demasiado alta. Deudores de nuestros hábitos, extendemos nuestros enseres a modo de propósitos para pasar una tarde, que es parecido a pasar una vida. Todos los pasados que han fortalecido nuestras costumbres y todos los principios que, cada verano, nos asignamos.
Dejo mi ropa en la taquilla 67 porque es azul y porque otras taquillas azules de números inferiores no están libres. Entro en la misma cabina del vestuario: siempre una cuando llego, siempre otra distinta cuando me voy. A veces, en un acto de rebeldía suprema, me voy a la cabina de al lado.
Y salgo a la piscina a soñar con todo lo que puede depararme el resto del día, ese que crece con el agua y languidece cuando va anocheciendo y es hora de irse con la música y el sueño a otra parte.
Me fijo, como siempre, en los que leen. Yo acabé ayer El desencanto y empecé Tesis sobre una domesticación. En la piscina se lee de todo, aunque cada vez hay menos personas con la vista puesta en un libro o en el libro electrónico. Encuentro mucho libro de mercadeo fácil y misterio a punto de nieve, pero también literatura de más altura. Este año, he visto pasearse por la piscina a Thomas Mann, a Shakespeare y a otros muchos que no suelen ser los habituales en el runrún y el chapoteo.
Hay grupos de amigos, parejas de todas las edades. Y personas siempre solas. Hay quien vuelca su soledad sobre los demás, de cara a galería, pero también otros con la mirada perdida en un infinito que no saben que no existe. Otros cierran los ojos hacia el sol para ver en sus párpados amebas de colores.
Se nada a todos los estilos y sin estilo, pero siempre con patrones fijos: los que se enfadan con los que molestan, los que se enfadan los que se enfadan y a los que se la trae todo al pairo. Este año el agua está más caliente y se nota la sobreabundancia, el merodeo y la indisciplina. Me meto, a veces, y entreno. Entro en el agua para borrar las fronteras de la respiración. Para imaginarme que esa línea azul que marca el destino es una línea que da sentido a la vida. Pero, cuando acaba el largo, una T te indica que hay que volver, girar y doblegarse. De todos modos, si todo fuese tan sencillo como nadar (pautar la respiración, notar que todo fluye con ritmo, que te cansas para algo y que el ir y venir tiene un propósito y un sentido), sería maravilloso.
Lo malo es que en la piscina, en la tarde de la piscina, a nada que te descuidas, tu cabeza te recuerda el hueco de tu corazón.
Con imagen de Alice Vandenbroucke.