Grupitos y afectos

Guijarros

El asunto es muy sencillo: coges a un conjunto limitado de gente que no tenga nada que ver entre sí y les dices que se decanten, sin saber nada de tenis, por Mats Vilander o Ivan Lendl. Cada uno va eligiendo según le parece, sin ninguna posibilidad de criterio explicable y razonable. Una vez decantados, se establecen estos dos grupos incongruentes y absurdos. Aunque pueda parecer mentira, a medida que pasa el tiempo cada integrante del grupo se siente más identificado con sus compañeros, a los que valora más y con los que cree mantener mejores vínculos que con el grupo contrario, que pronto pasa a ser rival. El grupo sirve, así, de asidero, se erige en una manera «eficaz» de acotar el universo en porciones limitadas entre las que «escoger». Realzando las similitudes de esta porción, se consigue humanizar a los que tenemos cerca y, por contra, nos es mucho más sencillo ver «los de fuera» de manera más abstracta y descarnada. Estar integrado en uno de estos grupos nos sirve para elevar nuestra autoestima y sentir orgullo por ser de este grupo y no del otro: no en vano la necesidad de pertenencia a un grupo es un elemento muy importante dentro de la motivación humana.

Este es el núcleo central de lo que Henri Tajfel denominaba «paradigma del grupo mínimo», concepto clave dentro de la psicología social y explicado con sencillez en La era de la propaganda. Uso y abuso de la persuasión, el magistral libro de Anthony Pratkanis y Elliot Aronson  (Barcelona, Paidós, 1994) [Los muy muy interesados en este asunto pueden acudir a estos trabajos especializados: 1, 2, 3 y 4.]. La técnica de creación de estos grupos se denomina con una palabra fea de cojones (grupalón) y da mucho que pensar. Si el grado de aserción dentro de un grupalón o grupo aleatorio es tan grande, da miedo calibrar lo que puede pasar en grupos más «estables». Podemos imaginar cuáles son las razones por las que la atención médica en algunos lugares de Estados Unidos varía no sólo con la raza a la que se pertenece, sino también con la religión que se profesa, tal y como se nos explicaba en un artículo del NYT hace unos días. La exclusión de un miembro del clan en Haití llevaba a la muerte (la famosa «muerte vudú»): un individuo llevado al ostracismo pierde todo el sistema de referencias y llega a identificarse con cualquier otro grupo, aunque sea el de sus captores (como ocurre en el síndrome de Estocolmo) y, privado de todo, puede llegar a morir.

Los seres humanos hemos utilizado desde la infancia la pertenencia o la exclusión del grupo como arma arrojadiza desde el «tú no juegas», el mote o la delación en los años escolares. Seremos sociales por naturaleza, como decía Aristóteles -no lo dudo ni por un momento-, pero esa necesidad de sociabilidad grupal es, precisamente, la que nos conduce a su contaminación: el empleo del grupo no tanto como identificación de unos sino como exclusión de los demás. La sociedad es el origen de todos nuestros beneficios, pero también el núcleo egoísta desde el punto de vista social de todas las exclusiones. Lo auténticamente grave es el estado social de los seres errantes, que no llegan a saber cuál es su sitio, ni de dónde son, ni hacia dónde van (los garbanzos negros). Pero, puestos a dudar, prefiero la indefinición y el desequilibrio vital de la carencia de un grupo definido al borreguismo caprichoso del grupalón, que identifica desconociendo y excluye ignorando. Y es que hay mucho cabronazo perdido en clanes grupales hablando de lo que no sabe, pesando el criterio moral de los demás sin el contrapeso de sus carencias y juzgando lo que no entiende. Yo tengo un nombre para los integrantes irracionales de los clanes: mentecatos. ¡Glup! Ya me he metido, sin querer, en un grupo. A propósito, esta pregunta va dirigida a quienes no saben de tenis: ¿quién era mejor, Vilander o Lendl?

(Imagen de Cyron)

2 comentarios en “Grupitos y afectos”

  1. No me decanto por ninguno ¿qué tal?, pertenezco a un grupo y a varios y al mío, ¿tendré mis adeptos? seguro, ¿tendré mis opositores? fijo, ¿necesito a los demás? como el agua, son mi reflejo como diría el Señor de la acequia.

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