La voz de la traición

Pollock

Un día, me puse tierno. Acerqué los labios dulce y pausadamente a su oído y le dije: «Cariño, dime Arnold Schwarzenegger. Dímelo como a mí me gusta». Y ella me contestó: «¿Y cómo quieres que te lo diga, cariño, en alemán o en inglés?» A partir de ese momento, ella fue tan generosa conmigo que musitaba en mi oído bonitas y sonoras palabras: «Gwyneth Paltrow, Sozialverträgliches Frühableben», me soltó un día. Otro, rizando el rizo, en un alarde de complicidad erótica, casi rozando con su aliento mi pabellón auditivo, soltó un «Kierkegaard» tan inconmensurable que no hubiese podido mejorarlo ni la mismísima Sirenita mirando triste al mar. A pesar de todos los pesares, como todas las parejas, entramos en crisis. Yo me puse muy serio y le pedí una muestra incombustible de su amor: «No me prestas mucha atención, miras demasiado otros blogs y otras historias y me tienes un poco harto. Pero te lo perdonaré todo si me dices ‘Recep Tayyip Erdogan’ en un turco que me huela a su mejor té». Ella buscó la reconciliación mezclada con el desprecio y compuso los labios con la pronunciación perfecta. Llegamos, por fin, a un período de calma. Incluso un día se subió al sofá, meneó dos veces las caderas para demostrar que su carne bailaba pero no pendía y dijo muy alegre «Rio de Janeiro» con esa cantarina voz de las garotas de Ipanema. Fueron pasando los días, las confidencias en forma de palabras y las palabras sonoras en forma de confidencias. Se nos podía considerar felices.

Un martes aciago, sin embargo, descubrí que ella me engañaba. Llegué a casa más temprano que otros días, después de un turno de noche lamentablemente parecido a la tormenta que manaba y eructaba en la calle. Nada más entrar por la puerta, escuché primero una voz masculina que decía: «Götteborg». Luego ella se puso a reír. Ella lo dijo una vez. La voz masculina lo repitió. Y ella volvió a la carga con un acento sueco tan perfecto que llegó a penetrar en lo más hondo de mi alma. Sin poder resistirlo, me alejé de casa lentamente. Dejé que la lluvia penetrara en todos mis poros hasta que, cansado, volví a casa cuando ella no estaba. Me encaminé a su cuarto y allí, encima de la cama, estaba su portátil, en plena hibernación, como nuestro amor. Lo reanimé y entonces -sólo entonces- vi a su amante polígloto, multilingüe. Se llamaba Forvo.

(El cuadro que encabeza la entrada es de Pollock)

 

7 comentarios en “La voz de la traición”

  1. En esta ocasión, las palabras se han paseado por los idiomas gracias a un sitio web (forvo.com). Gracias, Bipolar, Pablo y Manzacosas.

  2. Me ha recordado la película "Un pez llamado Wanda", a ella le excitaban los idiomas…

    ¡cosas más interesantes traes de tus viajes!

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