Pecados y confesiones

angel

Para que esta entrada hubiera sido auténticamente interesante, audaz y digna de memoria, tendría que haberse titulado «Pecados inconfesables». No obstante, es obvio que, en esencia, los pecados inconfesables no se pueden confesar. Serían, en todo caso, pequeñas mentiras envueltas en papel de regalo aptas para consumidores y lectores crédulos. Los seres humanos somos eternos pecadores irredentos que erramos y tropezamos de manera persistente –y gustosa– en la misma piedra. Una piedra que, con el roce, al final se amolda a nuestros cuerpos y a nuestras nefandas costumbres. Lo que pasa es que nos sentimos tan sumamente extraños en nuestra perversidad que nos creemos únicos y diferentes entre todos los demás. Esta mañana comentaba la paradoja de las reacciones ante las distintas situaciones de la vida: estamos tan acostumbrados a ver las reacciones en la ficción literaria, cinematográfica y televisiva que esperamos de nosotros reacciones similares a esas vivencias vistas y leídas. Me comentaban, a este propósito, el caso curioso de Woody Allen, director que ha retratado como nadie estas situaciones extrañas y cotidianas de nuestras vidas. De forma contradictoria, Allen es un cineasta que a muchos les estomaga porque lo creen alejado de lo «natural», pero creo que lo que ocurre es a la inmersa: estamos tan acostumbrados a las reacciones y modos de vivir «de película» que nos olvidamos de lo raros y extraños –lo vivos– que estamos todos por dentro.

Es cierto que todos intentamos revestirnos con una pátina aburguesada de mediocridad y normalidad burguesa para que no se nos note. O que se nos note por nuestras excelencias y excentricidades interesantes. Aquí voy a exponer algunos de esos pecados confesables que me ayuden a romper con lo esperado. Va por vosotros.

Los que me conocen poco me creen una persona muy seria, callada y responsable. No saben que me paso casi todo el día en pertinaz cachondeo externo o interno, que dedico muchos minutos del día a reaccionar imitando gestos, posturas y modos de hablar de la gente y que utilizo el mundo y sus circunstancias para reírme de él (y de ellas). No suele saberse de mí que me tomo todo en serio porque me lo tomo a broma y que me lo tomo todo a broma porque me lo tomo en serio: el problema radica en saber en qué meridiano me encuentro en cada ocasión. Los que se montan en mi coche para un largo viaje suelen extrañarse de que viaje a velocidades vertiginosas (para consuelo de los ciudadanos de bien y los guardias civiles de tráfico que lean este blog, les diré que el endurecimiento de las penas me ha hecho levantar un poco el pie del acelerador, pero también decaer un poco en mi esperanza). También extraña a mis amigos y amistades varias que alterne en mis gustos musicales lo más selecto de la música clásica con la música electrónica a todo volumen. A propósito de música, pocos saben que en los momentos de mayor concentración y excelencia intelectual, escribo al dictado de una música a volumen infernal. Parezco una persona calmada, pero tengo unos accesos de ira que me hacen tirarme a la yugular de alguien si las circunstancias obligan. Desgraciadamente, soy una persona peligrosa en circunstancias extremas: no me gustaría nada tenerme como enemigo. Soy totalmente maniqueo respecto a las personas relevantes en mi vida: las instalo en un altar de virtudes y afinidades, o soy duro, implacable y rigurosamente estricto con ellas. Me aburre ser demasiado trascendental en las conversaciones y me molesta estar en reuniones en las que parece que hay que demostrar constantemente el cociente intelectual de cada uno, pero también me aburre estar todo el día haciendo el minga y hablando de la temperatura del vino y de sus posibles sabores afrutados. Dejo todo para el ultimísimo momento: me gusta trabajar bajo una presión agobiante pero controlada (procrastinación, lo llaman). Soy adicto a diferentes sustancias: la Coca Cola, el chorizo y los títulos (que no el contenido) de las películas guarras. Me cuesta muy poco escribir las entradas que más os gustan . Me veo en el espejo un poco más guapo de lo que soy en realidad (esa es la razón –creo– por la que últimamente evito mirarme demasiado en él). No aguanto a las personas que se creen tan listas como para saber de todo. Me pone de los nervios esa supremacía aparente del que cree que sabe más por estar hablando más y de forma más grave que los demás.

En fin, esta entrada seguro que no ha descubierto nada extraordinario, porque seguro que vosotros sois más raros todavía que yo. ¿Tenéis algún pecadillo que confesar?

(Imagen de Rosanne Haaland)

6 comentarios en “Pecados y confesiones”

  1. Siempre he soñado en caber en una talla 38, no puedo estar seria ni en un funeral porque la vida es ironía y esta me encanta, odío los aviones y viajar lejos pero no aguanto mucho en Burgos, me río de todo porque todo me preocupa… no sigo llega lo peor. 😛

  2. ¿Alguien se imagina a don Raúl iracundo?

    (Recuérdeme su secreta afición al chorizo la próxima vez que vaya para allá…)

  3. "Los que me conocen poco me creen una persona muy seria, callada y responsable. No saben que me paso casi todo el día en pertinaz cachondeo externo o interno, que dedico muchos minutos del día a reaccionar imitando gestos, posturas y modos de hablar de la gente y que utilizo el mundo y sus circunstancias para reírme de él (y de ellas)" No te han visto en clase los que dicen esas barbaridas, no?

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