Y te despistas un poco, y dejas de mirar esos ojos en los que bucean estrellas. Y giras un poco la cara, y ese gesto te impide contemplar una sonrisa. Y dejas, por un momento, que tu despiste nuble tu corazón, y te pierdes en los ritmos que conducen hacia la tierra. Y hablas con palabras voraces. Y callas con silencios persistentes. Y te inclinas a recoger, por una esquina, la alfombra que guarda debajo las sombras del desaliento. Y te pones en pie, y caminas, erguido en el dudoso presente. Y te vuelves a caer. La vida, ya se sabe, es una plaza con el pavimento resbaladizo, inestable. Y caminas con el paso decidido, pero te pierdes. Y te pierdes con la insistencia del que no tiene brújula. Y te paras, y piensas. Y le das la vuelta a todo mil y una veces, como las noches sin sueño del sultán. Y te pones los auriculares. Y cierras los ojos. Y te sumerges en el líquido tibio de las notas fugaces. Y sueñas con dormir hasta el final.
Al menos caminas con paso decidido, que no es poco. Por otra parte las brújulas son un trasto molesto (con precioso nombre) que no valen para nada la mayoría de las veces.
¡Que bonito puede resultar estar perdido!
Es simpática
Dios,Raúl…me entra sensación de agobio con sólo leerlo…me siento plenamente identificada,no lo habría dicho mejor…