Objetivar la depresión

Depresión

Objetivar la depresión es una de las tareas más complicadas cuando se está dentro. Del mismo modo que casi no hay modo de arreglar un ascensor si se está en su interior, hablar de la depresión sin victimismos, derrotas y autocomplacencias es una meta difícilmente conseguible.

La depresión es una de las enfermedades más terribles para el que la padece y una de las más absurdas para el que la ve padecer (si ese ver padecer no te toca de muy cerca). Algunos de los reflejos de este espejo –a veces cóncavo, a veces convexo, pero nunca plano– pueden ser desgajarse de la tristeza y no conseguirlo, sentir un grado supremo de inutilidad y ver que la razón es uno mismo, seguir en el camino por inercia (o por miedo), no ser capaz de llevar los proyectos y ponerlos en marcha, no tener proyectos. La depresión conduce al aislamiento de no querer estar con nadie y a la contradicción eufórica en los momentos de subida, tan escasos y patéticos. La depresión te mantiene entre el pozo de la medicación y el pozo directo del abismo. Lo peor, con diferencia, llega cuando estás solo. En el quicio de la media tarde, cuando la luz natural se apaga y buscamos el abrigo del hogar, uno se sienta en el sofá y siente un vacío que no se rellena más que comiendo de forma compulsiva y desordenada y con dosis exageradas de televisión basura con la mirada no enfocada hacia ninguna parte.

Como decía, lo curioso es el contraste entre el deprimido y su mundo circundante. Por más que los que te rodeen conozcan tu dolor profundo, al no ser éste objetivado ni objetivable pasa a ser olvidado. La tortura de tener una vida sin plazos, la actitud de mantenerse en la indefinición y en los compromisos vacíos son para el deprimido las patadas que consiguen hundirlo aún más en una enfermedad que pocos consideran como tal. Las conductas de uno, entonces, pasan a ser injustificables y, por lo tanto, vituperables y punibles. Si para un atleta que tiene un hueso de la pierna fracturado la escayola le exime (tristemente) de seguir con su entrenamiento y, por lo tanto, no se le exigen nuevos retos en la convalecencia, en la vida del deprimido el mundo gira alrededor y él tiene que seguir danzando. Si no puede, se le critica. Si se cae, se le recrimina. Si no se levanta, pocos se acercan a echarle una mano.

Hay una cosa más difícil aún que objetivar una depresión: padecerla. Cuando la mente está tan turbia, tan perdida como para no poder racionalizar la existencia con criterios medianamente serenos, la cabeza se acogota, se inclina. De esta manera, es muy difícil ver el horizonte. Y, con el rostro y el ánimo encogido, lo único que queda es buscar el calor de tus propios brazos en los días difíciles del invierno. Y eso no es la cura, sino el parche.

(Imagen de ·S)

5 comentarios en “Objetivar la depresión”

  1. La depresión es culpable de algunos de los poemas más hermosos escritos. Tantos o más que el propio amor. Eso es lo que me encanta del ser humano. Es capaz de sacar algo bello de las penumbras. El problema es cuando uno es incapaz de salir de ahí. Te consume por dentro, te roe el pensamiento a cada momento hasta que algunos son incapaces de escapar.

  2. Como todo el mundo ha estado deprimido alguna vez, mucha gente piensa que al enfermo de depresión le pasa algo parecido. Incluso piensan que, como ellos han estado deprimidos, han padecido una enfermedad de depresión. Tan expertos todos, por lo tanto, en estos temas, tan orgullosos de haber salido airosos sin tantos remilgos, miramos al enfermo deprimido como al inútil y, lo que es aún peor, creemos que su depresión es adrede y sus reacciones y actitudes son para fastidiar. Pocos reconocen la depresión como una auténtica enfermedad. Al enfermo de otra índole se le mima, se le contempla, se le consiente… Al enfermo deprimido, en el mejor de los casos, se le anima un poquito (algo hay que hacer), pero ni se le comprende ni se le apoya ni se le acompaña ni se le tolera ni se le respeta ni se le aguanta… Al cabo de un tiempo frecuentemente se le abandona.

    Estoy de acuerdo con Gelu en que la depresión necesita amor. De la depresión ha de curarse sobre todo uno mismo, pero ya que al enfermo le toca la terrible tarea de ascender tan maltrecho por una sima tan llena de aristas punzantes, al menos que encuentre alguna almohada en la que reposar las manos o la cabeza alguna vez..

  3. No creo que haga falta tener a una persona con la que compartir techo, cama y algún que otro disgusto. Nos esforzamos durante toda nuestra vida en encontrar a ese alguien y no nos percatarnos de que quizá no exista.

    Cuando de verdad se pasan los baches (no puedo hablar de depresión porque no es algo que haya sentido en mis carnes) es cuando se aprende a querese a uno mismo y a vivir la soledad fecundamente con los demás. La soledad se hace irrespirable cuando, además de sentirnos solos y sin el apoyo y cariño de los otros, nos sentimos apartados de nosotros mismos. Aunque la soledad cuando es deseada también tiene su encanto.

    La verdad es que nunca llueve a gusto de todos, y cuando lo hace, sacamos a pasear el paraguas de la melancolía, algún día saldrá algo provechoso -o eso esperamos todos-.

  4. Te escribiría otro silencio prolongado, profundo, muy interior

    (porque como dice Gelu nada más se puede añadir)

    Sin cariño, sin amor, sin una ilusión, pocos horizontes se pueden trazar. Si de por sí la vida es absurda sin ningún compañero de carrera poco interesa llegar a la meta.

    La falta de amor tiene que ser la más terrible de las causas pues no se explica que las personas pobres de solemnidad, las que viven en la más absoluta de las miserias que a millones pueblan el planeta, defiendan su vida con tanta valentía, con uñas y dientes, quizás porque encuentran unos ojos en los que reflejarse y es el único motor de empuje.

    El resto de los mortales se deja llevar en este amasijo de sinsentidos, se deja vivir.

  5. Buenas noches, Raúl Urbina:

    Hoy no sé qué añadir a lo que tú has descrito tan bien.

    La depresión, terrible enfermedad. Creo que gran parte de la curación está en el amor que tienen que dar las personas del entorno del enfermo.

    Los climas fríos y los días tristones, creo que favorecen la melancolía.

    Saludos.

Responder a JuanCancelar respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.