Los premios Príncipe de Asturias y el delirio futbolero

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El fútbol es un deporte: el deporte rey, le llaman en cada vez más lugares del planeta. Un deporte que va fagocitando de tal modo las parrillas televisivas y radiofónicas, que copa sobradamente las páginas informativas, incluso de la prensa no especializada. Es el único deporte que resiste a una información sobreabundante aunque algunos medios de comunicación no tengan los derechos de retransmisión. En ese famoso ejemplo de un extraterrestre que llegase a la tierra y analizase lo que aparece en los medios, nuestro querido marciano pensaría que el fútbol es el eje central sobre el que gira nuestra sociedad. Por llenar, va haciendo plenos con informaciones chorras, que no son ni siquiera deportivas: mientras un par de majaderos van de enrollados en alguna cadena haciendo gracietas, los preciosos minutos de información se escapan en naderías y el resto de manifestaciones deportivas quedan en el ostracismo más cruel.

Cierto, no me gusta el fútbol; pero creo que, aunque fuese seguidor de base de este deporte, me descolocaría tanto barullo mediático. Ensalzamos a los futbolistas como héroes por cosas que otros muchos deportistas españoles han hecho más y mejor. Les hacemos el centro del Universo aunque el Universo no tenga un epicentro conocido. Les dejamos hablar, aunque tengan poca labia. Sí, tengo presentes algunos principios de la antropología. Sé que quizá las sociedades necesiten un espejo en el que mirarse viéndose más guapos o, quizá, no viéndose en absoluto. Sé que es mejor y más rentable girar sobre la nadería. Además de todo esto, también soy consciente de que, ahora mismo, estaré siendo tildado por muchos de gilipollas en estado profundo. Antes, por lo menos, uno podía criticar el fútbol y ser ninguneado como un excéntrico; ahora que algunos cultos se han metido en esa subcultura, poco faltará para que se nos saque de la galaxia (y ahora que tenemos hasta a los selienitas, los venusianos y los marcianos engañados, quizá debamos de cambiar hasta de constelación).

Pienso sinceramente que el fútbol ya tiene bastante con lo que tiene, que es casi todo. Por esa razón, me ha molestado la excesiva intromisión mediática dedicada al fútbol en los premios Príncipe de Asturias de este año. El premio, en sí, no me parece mal. También es cierto que otras veces el premio Príncipe de Asturias de los deportes ha sido menos popular (o, mejor, populachero) , pero no menos merecido. No creo que Sebastian Coe, Sito Pons, Sergéi Bubka, Miguel Indurain, Javier Sotomayor, Martina Navrátilová, Carl Lewis, el equipo nacional español de maratón, Arancha Sánchez Vicario, Steffi Graf, Lance Armstrong, Manuel Estiarte, la selección brasileña de fútbol, El Guerrouj, Fernando Alonso, la selección española de baloncesto, Michael Schumacher, Rafael Nadal o Yelena Isinbáyeva sean moco de pavo. No creo que merezcan menos interés mediático. Metidos a hipernacionalistas y fijándonos sólo en los galardonados españoles, es obvio que alguno de ellos se merece una excelencia infinitamente superior a la de nuestros futbolistas.

Y dado que a cada parte que uno mire se encuentra con un balón de fútbol que, poco a poco, va minando la atención hacia cualquier otra cosa (y sí, los medios de comunicación no sólo sirven de reflejo, sino que lo favorecen hasta la caricatura), creo que el resto de los premiados se hubiera merecido una luz de atención que no esté desenfocada por el populismo. Dado que, quizás, también hay otras cosas importantes en el mundo, me hubiese gustado que, al final, que todo el mundo hubiera escuchado con más atención lo que, para nuestra vida en general, tienen que decirnos sobre literatura, sobre arte, sobre cuestiones de comunicación y de humanidades, sobre investigación científica y técnica, sobre concordia, sobre ciencias sociales, sobre cooperación internacional.

Y entonces, igual (sólo igual), el extraterrestre que llegase a la tierra se enteraría de en qué consiste exactamente la lucha del ser humano por ser algo más que once tíos pegando patadas a un balón (ese eje falso sobre el que algunos sustentan su universo).

(Imagen de Smyl.)

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