Las tardes de domingo están llenas de rincones, ángulos recónditos en los que se va acumulando la pelusa del fin de semana que espera una ventana de lunes que ventile el oxígeno viciado de un ocio que cayó a lo largo del mediodía. Las tardes de domingo son el sitio en el que ya no queda nadie, en las que te quedas con las ganas de prolongar algo que no se acabó porque no existe. Las tardes de domingo son las caras de las noches en las que creíamos que íbamos a recuperar el tiempo perdido, por exceso o por defecto; los momentos de palpitaciones de un corazón demasiado pausado, remolón en el latir, remolón en la reclamación de un hueco para la vida. Las tardes de domingo deberían de constituir los paraísos reposados en los que el tiempo libre va libando el poco néctar de nuestras ganas de vagar sin ganas por los pasillos de la noche.
Las tardes de domingo son tan tontas como para desear que llegue, por fin, la bomba de luz. El hálito de vida. Y el suspiro de que llegue, por fin, el viernes.
(Imagen de OliBac.)
Buenos días, Raúl Urbina:
¡Cuánto cunde, si queremos, la tarde de los domingos!, aunque simplemente se descanse. Hay épocas en las que todos los días son maravillosos domingos, y los domingos un día más de los tantos felices.
Conseguir que los domingos sombríos sean la excepción, está -a veces- en nosotros.
Envidiable el tejido de la araña fotografiado. Le falta completar la vuelta para rematar el trabajo. ¿Dónde está?. ¿Es la manchita negra que se ve en el borde superior derecho?.
Enlazo una canción:
Gloomy Sunday
Saludos.
No podías haber descrito mejor mi tarde de ayer. Fabuloso.