Diario de un turista 2011 #3 – Analepsis. El edificio de su mundo

El turista, pasadas las horas, ha llegado a su destino. Los hombros, las piernas, la cabeza algo alterados por la atención de seguir las migas de pan de la línea frecuentemente discontinua. Toma aire con un par de inhalaciones fuertes que le permiten intercambiar el aire gélido pero importado del climatizador por una corriente pura de aire demasiado húmedo, demasiado cálido. El primer paisaje que ve de su destino no es otro que un poquito más de asfalto y una barrera que solo se abrirá una vez que coloque una pegatina con un código de barras en el parabrisas. El turista da un paseo titubeante por diferentes ubicaciones, por terrenos más o menos alejados del olor del mar. Se percibe algo parecido a la calma, a la serenidad, pero todo es espejismo. Todavía aguarda la tarea de vaciar un maletero del coche para trasladar los bártulos empaquetados en algo que se parezca, siquiera remotamente, a un lugar para dormir, para vivir, durante algunos días. El turista, en ese momento, deja de pensar en el momento presente para retraer sus recuerdos a los días en los que recorrió con prisa y con pausa, con todo lo que tiene de paradoja, toda la costa atlántica francesa. En esos días, mucho más ligero de equipaje, que le condujeron a una ciudades y unos paisajes que, hasta entonces, solo existían en la forzada búsqueda de un tesoro de un libro de texto de francés de secundaria. El momento en el que vio la magia de una maravillosa ciudad de mar en compañía de unos mejillones en el puerto. El instante en el que la luz del amanecer se confundió con un paisaje agreste. El puñado de arena de una playa en la que se luchó por conseguir la liberación. El recorrido en coche por una de las ciudades costeras más bellas del mundo. El turista, después de agitar la cabeza, ve ante sí todo un rompecabezas de telas, cuerdas y barras que hay que ensamblar y ajustar. Entonces, se da cuenta de que las manualidades escapan a su ciencia y a su paciencia. No obstante, con la rodilla hincada en la hierba, se afana a dar porrazos a una piqueta para sujetar el que será el edificio de su mundo.

(La imagen pertenece a mi galería de Flickr.)

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