Zoltar se mete en el laboratorio y la fórmula la hace el mono

Big1988

Dos películas se entremezclan a menudo en mi concepción de la vida. En una de ellas, Josh Baskin se encuentra en un parque de atracciones con Zoltar, un artilugio desenchufado que le concede un deseo: hacerse mayor. En la otra, un chimpancé del doctor Barnaby, en su búsqueda de laboratorio de la eterna juventud, pasa de objeto de experimentación a sujeto y, mezclando mejunjes, da con la fórmula secreta. Se trata, ya lo habréis adivinado, de Big (Penny Marshall, 1988) y Monkey Business (Me siento rejuvenecer, Howard Hawks, 1952).

En la primera, se da el salto de niño a adulto; en la segunda, el salto de adultos a jóvenes. Pero ambas tratan de territorios conquistados y territorios perdidos para, de alguna manera, legitimar y reivindicar la infancia y el espíritu juvenil. Desde el punto de vista negativo, también los dos filmes tienen un aspecto didáctico, que siempre pretendo olvidar: nunca es bueno traspasar esos límites de forma artificial, pues cada etapa de nuestra vida tiene sus límites, sus tiempos y sus vivencias.

Es cierto, no es bueno quebrantar fronteras ni forzarlas. Pero la reivindicación de todo lo que vamos perdiendo a medida que nos hacemos adultos es algo digno de mención. Hay algo en nuestra vida que hemos olvidado. No se trata de complejo de Peter Pan –que me parece el más bello y esencial de los complejos–, sino el haber olvidado algo que es tan importante. La mirada fresca e ingenua. El mundo como algo nuevo y el conocimiento no resabiado. El espacio para la locura, sin que tenga necesariamente que ser controlada. Negarse a convertirse en un ser gris, estereotipado y aburrido.

Cada vez que veo estas dos películas, me río con ingenuidad y con envidia. También siento un pozo de amargura y tristeza cuando me reconozco en esos adultos llenos de aspectos miserables.

Y, de repente, me apetece entrar en un laboratorio y ceder mis bártulos a un mono para que la vida me conceda cuatro minutos de locura. Y, de pronto, me quiero acercar a una feria, echar una moneda y formular el deseo de, pese a ser un adulto, soñar con entrar en una tienda de juguetes de Nueva York y tocar el piano. Y disfrutar en el reino fabuloso de Neverland. En este caso, siglos y siglos.

MonkeyBusiness

3 comentarios en “Zoltar se mete en el laboratorio y la fórmula la hace el mono”

  1. Ahí está la clave: en disfrutar como un niño (algo que, si alguna vez perdimos, tenemos que recuperar). Y, desde luego, sacando las moralejas que a nosotros nos gustan, que siempre son las buenas.

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