Este año –como otros años, como (casi)siempre–, te niegas a hacer balance. Que la memoria es tendenciosa, selectiva y, sobre todo, muy puñetera. Te obstinas en no cruzar datos ni establecer tu mundo en tablas de dos entradas. Que son útiles, qué duda cabe. Que ayudan a supervisar, a analizar, a proyectar para el futuro. Pero no quieres. Porque temes que una columna estaría bastante más nutrida que la otra (escuálida, raquítica, escuchimizada). Y repasas a grandes rasgos, eso sí. Y piensas, eso sí. Y sacas algunas conclusiones, pero no demasiadas, no pormenorizadas.
También es cierto que, si tuvieras que extraer algo, sería que te niegas y te negarás, de ahora en adelante, a que te den lecciones. Que no significa que no tengas mucho que aprender. Que no significa que te tengan mucho que enseñar, qué duda cabe. Pero te niegas a que te den lecciones los que creen que te las deben dar por algún tipo de altura, sea esta de cualquier índole. Y, de moral, ni hablemos. Qué duda cabe.
Por último, te niegas y te negarás, lucharás con todas tus fuerzas para que nadie te arrastre a una vida adocenada, triste, cercenada. Porque la vida es mucho más, o debería serlo. Qué duda cabe.
(Imagen de Americo Ferraiuolo.)