Y apetece, claro. Saltar mares como si fueran charcos. Recorrer estepas como si fueran las tierras agrietadas de los alrededores. Cantar arias como si estuvieras canturreando en la ducha una canción de moda.
Y apetece, claro. Tomar los convencionalismos como pompas de jabón rellenas de trozos de estertor. Acordarse de todo lo que te ha hecho daño y borrarlo, pero antes dejar una copia de seguridad en un cajón. Y no cerrarlo con llave. Por si las moscas.
Y agrada, claro. Recordar las sonrisas dulces, las conversaciones afables. Hablar del día a día como si te fuera la vida en ello. Escribir odas al vericueto y al símbolo. Correr sin tener prisa. Nadar sin salir de ningún naufragio. Levantar el mundo sin la responsabilidad de Atlas.
Y sí, claro que sí, empezar otra vez de nuevo. Un año más. Aunque sea una convención, un acuerdo extraño entre diversas partes. Y tener propósitos. De no olvidar todo lo que quieres. De no recordar todo lo que te deja indiferente. Año a año.
(Con imagen de Kino-Ojo.)