Esta no es una entrada para suscitar reacciones ni emociones, sino una idea que me ha estado rondando durante semanas. Cada día encontraba un pretexto para no escribir, para no pensar en escribir, para no tener la más mínima predisposición de ponerme a la tarea. No me venían ideas ni inspiraciones, ni mirando al cielo ni al infierno. No funcionaba eso de ponerse a escribir delante de la pantalla en blanco, porque la pantalla seguía inmaculada, porque las letras aporreadas acababan en la papelera (de reciclaje).
Es una entrada para lo que no quiero comentarios públicos ni privados del tipo Jo, te necesitamos. Jo, eres lo mejor. Jo, no nos abandones en este mundo de tinieblas. Nadie es imprescindible –se han ido ya tantos– y mucho menos yo y mucho menos este blog y mucho menos cuando las palabras vuelan, se van. Y punto.
Pero ayer, no sé por qué, me di cuenta de algo que sabía sobradamente en teoría pero no tanto en la práctica. Que las palabras curan y sublevan, encienden y mitigan. Y, a veces, aunque sea por pura enfermedad, sanan.
Así que no. Me niego a dejarlo. Seguiré. Intentaré observar y devolver, pensar y expresar, sufrir y supurar.
Lo iba a dejar. Pero todavía hay Verba volant. Por un tiempo.
La imagen es un cuadro de John Baldessari en el MoMA de Nueva York.
Lo bueno de los que escribi(mo)s por necesidad es que tarde o temprano siempre volvemos.
Y aunque no te necesitamos, ni eres el mejor, ni moriríamos en este mundo de tinieblas sin ti, la verdad es que, al menos a mí, me gusta leerte y a veces incluso consigues arrancarme una gran sonrisa y alguna que otra lagrimilla. Que ya es mucho.
PD: Buenos escritores hay muchos, buenos bloggers no tantos. Tomarle el pulso a Internet cuesta lo suyo.
Me alegra tu decisión de no dejarlo.