Meditación

Horas y horas de tensión, diez minutos para relajarse. Me siento en el suelo y cierro los ojos. Mente en blanco. Instrucciones a los músculos para que, poco a poco, pierdan su fuerza, su vigor, y se abandonen al dulce ejercicio de olvidarse de los sufrimientos y vaivenes del mundo. De abajo arriba. Muy lentamente y respirando. Profundamente. Noto que la vida es más constante, más pura y, a la vez, volátil.

Abro los ojos: han pasado dos minutos y diez segundos y me han perseguido todos mis fantasmas.

 

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