¡Cuidado, nos espían!

Hoy la cosa va de espías. No sé qué tienen los espías, que nos atrapan: será por su doble vida (ser una persona y la contraria, qué maravilla), el secreto (el suyo, oculto; y el de los demás, siempre desvelado), el doblez (personajes sencillos siendo complejos y complejos siendo simples). Y la tensión, dios, la tensión. El espía cumple a la perfección la máxima de que los malos son los mejores (de hecho, esta entrada me sirve para recuperar aquella serie de entradas que escribí hace ya mucho tiempo) porque, a mí por lo menos, no me gustan nada los espías buenos, sino los del lado contrario y, más todavía, los que descubren en un momento determinado que ya no tienen bando ni más bandera que la de unos principios básicos que son cuestionados y cuestionables.

Me encantan las series de espías. De hecho, ahora mismo estoy viendo tres de forma simultánea: The Americans, Oficina de infiltrados y El mismo cielo. The Americans es una de mis preferidas. Nada menos que una pareja de espías rusos viviendo en los Estados Unidos de la Guerra Fría, viviendo durante años como estadounidenses, con hijos ya norteamericanos y con un agente de la CIA como vecino y amigo. ¿Se puede pedir más? Sí, porque, desde le primer momento, nos ponemos de su parte. De hecho, incluso nos rebelamos ante la mayor frialdad y crueldad de Elizabeth. Dudamos a veces del bando en el que está Philip, más vulnerable, hasta que, pasadas las temporadas, todos (y muy especialmente los secundarios, rusos y norteamericanos) empiezan a colocarse en los ángulos incorrectos. El mismo cielo (The Same Sky) es una serie de factura alemana con una pinta magnífica: para mí, no acaba más que empezar (solo he visto dos capítulos), pero ya apunta maneras. Un espía de la RDA en la Alemania aliada. Cara dulce y aniñada en apariencia pero un fondo oscuro que no sabemos adónde nos llevará. Todo lo que pasa más acá y más allá del muro, con un túnel subterráneo en construcción y unas vidas en proceso de destrucción. ¿Podemos pedir más? Oficina de infiltrados (Le Bureau des Légendes) es una serie francesa de espías ambientada en la actualidad. Podría ser porque habla de islamismo radical y todos sus vértices, pero lo es más porque nos gusta su protagonista, Malotru, un personaje que, aparentando serenidad y profesionalidad, oculta un torrente de emociones que le llevan a tomar decisiones. Y hasta aquí puedo escribir.

El año pasado, ya nos dejábamos cautivar por El infiltrado (The Night Manager), con un Hugh Laurie que no hace de bueno cabrón sino de cabrón y malo y traficante de armas, y un Tom Hiddleston que hace de un impecable Jonathan Pine. Y también por Deutschland 83, otra serie alemana con jovencito de la Stasi infiltrado en la Alemania Federal. Nos pone en tensión, nos cautiva y, por el mismo precio, nos acompaña con una genial banda sonora de la música de aquellos años, que no son un descubrimiento para nosotros, pero sí lo son para Martin Rauch, su protagonista. Y no hablaré de 24, porque ya lo hice en su momento. No la considero una serie de espías,  como tal, pero nos hace replantearnos mil y una veces quiénes son los malos. ¿Seguro que lo sabemos? Solo por el formato, ya les tenían que haber hecho un monumento.

Sí, la vida es un toma y daca entre lo que sabemos y los secretos de los demás. Por eso nos gustan los espías. Entre las películas de espías, hay mil. Por supuesto, Con la muerte en los talones (North by Northwest), porque, por muy a salvo que estemos, un día podemos convertirnos en George Kaplan cuando nos creemos que somos el de siempre. Pero, para mí, nunca ha habido un espía como el de Operación Cicerón (5 Fingers). Porque la dirigió  Mankiewicz. Porque el espía es James Mason. Y porque siempre hay alguien que consigue su sueño… aunque no seamos nosotros.

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