El chico de la última fila. Entre el aula, el escenario y la vida

Cuando era estudiante, me colocaba (siempre que me dejaban) en las últimas filas. Me permitía atender a muchos más estímulos, porque lo que ocurre en un aula no se circunscribe a lo que pasa por ahí delante.
Cuando soy espectador, me coloco (siempre que haya disponibilidad y el precio lo permita) en las primeras filas. Esto me ha dado grandes satisfacciones y una de ellas consiguió que los sueños de los dieciocho años se cumplieran. Pero esa es otra historia.
En definitiva, tanto en los estudios como en la vida hay que atender a las historias. En clase, me interesan todas. En los conciertos y representaciones, me interesan las que se producen en el escenario.
Hoy, por azares del mando a distancia, he vuelto a ver una película que me encanta: Dans la maison (François Ozon, 2012). De nuevo me he quedado fascinado por ese profesor de literatura y por Claude, ese joven alumno que relata, por partes, toda una historia íntima que va hacia dentro y hacia fuera. Porque la realidad y la ficción nunca son tan diferentes como nos han hecho creer, y porque la escritura, si quiere serlo de verdad, traspasa todos los límites. Nunca he tenido la ocasión de ver representada El chico de la última fila de Juan Mayorga, obra en la que se basa la película.
Dado que no todos podemos ser Sherezade (el talento narrativo es muy esclavo), resulta maravilloso ser el sultán Shahriar y cambiar una sola noche de pasión por mil y una noches de relatos.
Los ejes de relación entre las circunstancias narrativas (eso que Greimas llamaba “actantes”) giran, como decía el pensador lituano, en torno a la comunicación, al poder o al deseo. Pero, a veces, las fuerzas, los saberes y los valores se juntan con el deseo. Y la hemos liado parda.
Nos gustan las historias porque nos enfrentan a los dilemas de los personajes y sus vidas, que son también nuestras vidas. Y no siempre nos gusta la nuestra. Por eso, no hay que olvidar los buenos principios y saberse colocar en la última fila. O, como en la película, cuando los dos protagonistas —ese ars y ese ingenium horacianos (me acuerdo también de Balas sobre Broadway de Woody Allen)—, uno que domina los mecanismos y otro que tiene dentro todos los talentos, se sientan ante esa casa de la ficción. Para imaginar y soñar con todo el universo.

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