Laberintos ¿Qué laberinto?

 

Labyrith

-¡Qué hermoso es el mundo y qué feos son los laberintos! -dije aliviado.

-¡Qué hermoso sería el mundo si existiese una regla para orientarse en los laberintos! -respondió mi maestro.

Son palabras de una conversación mantenida entre Adso y Guillermo de Baskerville, tras su primera incursión en el laberinto de El nombre de la rosa. Indudablemente, el laberinto es más un símbolo de nuestra existencia que un mero juego (si es que ambas cosas no son parte de lo mismo). En el epígrafe del «Segundo Día. Noche», ya nos advierte Eco: «Donde se penetra por fin en el laberinto, se tienen extrañas visiones, y, como suele suceder en los laberintos, una vez en él se pierde la orientación». Mi vida, la de hoy en día, es pleno laberinto. Admiro a Guillermo porque, al menos, sabe la teoría: no es un experto en los laberintos, pero, al menos, ha leído un libro donde se trata la cuestión. Quizá un libro sobre laberintos nos sea más útil para andar por la vida que una de esas obras de autoayuda que inundan las estanterías de la librería, en espera del incauto que espera con ellas encontrar la salida.

¿Existen tantas maneras y formas de enfrentarse a la vida como modos de y tipos de laberintos existen? En sus Apostillas, Eco distingue tres tipos de laberinto. El primero es el laberinto griego de Teseo, en el que nadie se pierde porque basta llegar al centro para encontrar la salida: ya se encarga Minotauro de buscarte las cosquillas cuando llegas allí. Y si hay una Ariadna por allí cerca, mucho mejor. El segundo es el laberinto manierista, una estructura arbórea con muchas ramificaciones y callejones sin salida: nuestra estrategia se fundará en el ensayo-error, y eso de tener un hilo a mano para salir seguirá funcionando. El tercer tipo es el laberinto-rizoma, en el que todas las calles pueden estar conectadas entre sí es potencialmente infinito porque cada calle puede conectarse con cualquier otra y no tiene centro ni periferia. Aquí, me temo, no funcionan ni hilos ni leches.

Esto es la teoría. Ya la tengo. Ahora toca averiguar en qué tipo de laberinto estamos metidos. ¿Habrá minotauros y ariadnas? ¿Encontraremos hilos? O, simplemente, la hemos cagado y esto de la vida no tiende salida… ¡Qué hermoso sería el mundo si existiese una regla para orientarse en los laberintos!
(La preciosa foto que encabeza la entrada es de Bruno, al que agradezco que me haya dado su permiso para su publicación en esta entrada)

5 comentarios en “Laberintos ¿Qué laberinto?”

  1. El laberinto es un artificio humano. Si lo vemos en nuestra vida quizás esté en nuestros ojos.
    Pero, ¿y este laberinto que estamos todos contribuyendo a construir? En el que ahora mismo nos encontramos, Internet. Vastísimo en saber como lo que representa la biblioteca de El nombre de la rosa, pero con la salida siempre a nuestro alcance. Pero es un laberinto también vertiginoso, terrible, circular, inconcebible, insaciable, virtual. Y sin embargo, aquí convivimos, y aquí regresamos a cada oportunidad.
    Supongo que, como cualquier laberinto que se precie (aunque éste sea un laberinto muy especial), tiene mucho de fascinante.

  2. la regla existe. y su hilo tiene forma de red. por qué salir. quedate formando los rizomas, un rizoma siempre está en manada, y deja de preocuparte, si sabes la teoría, y si las praxis son movimientos volantes y qué diferencia es entre un verbo y un movimiento, esto me parece ser la pregunta

  3. A mí me gustan los laberintos. Pero mi cabeza hipercuadriculada me obliga a buscarle un sentido. Si no, me entra el pánico. Y ahí sí que la liamos.

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