Diario de un turista #8 – La realidad, por fin

URB Punta Cana 2010 - Raúl 150-1

El turista ha dejado hoy de sentirse como tal, aunque hay costras que no se quitan ni con una buena pomada. Pero el turista, hoy, ha optado por abandonar las excursiones de lingotazo de ron, baile y aguas de azul turquesa para adentrarse en el interior. Se ha subido a un camión y, tras unos pocos kilómetros de asfalto, las vías se han convertido en caminos de tierra. Al turista le ha asustado tanto la velocidad por esas vías de tierra como el miedo a lo que se iba a encontrar. Los turistas emprenden sus viajes para olvidarse de sus obsesiones utilizando, para ello, unos cuantos dólares y una amnesia conveniente. Pero el pisar la realidad es un riesgo y el turista lo sabe. En todo caso, también sabe que todo es relativo, que esto no deja de ser un viaje organizado, que también la realidad real de las realidades no deja de ser, en cierto modo, una postal, aunque de tintes más neorrealistas.

Decíamos que el turista ha decidido adentrarse en cosas y en parajes diferentes con otros pocos atrevidos (pocos sí, pero atrevidos relativamente). El turista aferra con ilusión su cámara de fotos pensando que ya basta de fotografiar palmeras y costas de sol y arena fina. Una de las cosas que más le ha gustado es Nano, el guía. Nano es una persona ya mayor, con mucha mili hecha en la vida. Es agradable y siempre sonriente, pero sus ojos revelan que no ha tenido un pasado fácil. A riesgo de que algunos lo tomen por pesado, Nano insiste en contar cosas de interés y no de trámite; incide en la naturaleza como forma y expresión de vida. Contaba Nano que pertenecía a una familia de quince hermanos. El conocimiento de la naturaleza no era una curiosidad gnoseológica, sino una necesidad. Los países de cocoteros a tutiplén en los que los de fuera se tumban a la bartola no son el ideal de vida para la mayor parte de los habitantes que estiran por allí sus vidas. Nano aprendió de su madre que el único médico que tendrían a mano era el árbol o el arbusto más cercano. Desde entonces, él conoce cada matorral, cada hoja y cada raíz. Y su magisterio ilustra por lo vivido. El turista mira sorprendido como Nano hace parar el camión con dos golpes (es la contraseña para parar y para arrancar). Y, en medio de la selva, a sus sesenta años, se sube a un árbol de bastantes metros de alto en menos de quince segundos. Coge unas hojas y, con la sonrisa que mana de la sabiduría, nos habla de sus propiedades con exactitud. Cuando se le pregunta por esa agilidad, Nano revela a los presentes que el pasatiempo en su pueblo con sus hermanos era subirse a las palmeras más altas e ir saltando de unas a otras, con el vacío como única red.

El turista ha visitado una escuela. Los niños asisten a los colegios, basicamente, por un gran deseo: la comida. Desde que el almuerzo es gratuito, la escolarización del país ha crecido considerablemente. El turista se va un poco por libre e intenta captar la sonrisa de los niños entre guiños. Luego se sorprende al ver los libros que manejan, sobre todo una Biblia que se rompe en mil pedazos y que preside la mesa de la maestra.

El viaje ha seguido por plantaciones de cacao y de café. En cuestión de metros, llega a ver todas las frutas que puede imaginar. En un ataque a la intimidad de las familias, el turista ha entrado en una casa de unos trabajadores de la plantación. La familia tiene que aguantar que un conjunto de pudientes con la piel quemada entre para ver su casa como si estuviese observando una revista de la National Geographic. Se les ve resignados, sabiendo que alguno de ellos les comprará alguno de sus productos. El turista vuelve a escaparse para disparar con su cámara todo lo que no se menea. Le cuesta mantener su interés por captar lo que nunca volverá a vivir y conciliarlo con las explicaciones de Nano, que vuelven a apasionarle. El turista procede de tierras castellanas de secano y no es habitual para él frecuentar suelos en los que crecen frutas hasta de un palo mal parido.

El turista come un plato típico de arroz, habichuelas y carne. Está bueno. El turista piensa en la excentricidad de comer como plato exótico lo que es privilegio diario de todos aquellos que tienen que trabajar y matarse en el campo. Sufre más cuando Nano les explica la de miles de cocos que hay que cortar para sobrevivir a los caprichos de la oferta y la demanda. Después de comer, el turista coge una barcaza que les transporta por un río en el que aprecia una naturaleza que sólo había visto en las revistas. Y se queda ensimismado al llegar a los manglares. La barcaza recala en una playa en la que el turista coge unos más que turísticos caballos. Pero el turista sabe que tiene que soportar ese trance para pasar por una playa auténtica, sin un hotelazo al fondo, sin tumbonas, sin bañistas, sin deportes acuáticos. Una playa agreste y, por ello, inmensamente bella.

El turista ha vivido tantas cosas que piensa que no se pueden contar en tan poco espacio sin aburrir demasiado. Sólo dirá que le gustó pasearse por algunas calles y ver a la gente de verdad, con la miseria por traje y no el servilismo por uniforme. Ha escuchado alguna conversación de humanos de carne y hueso con acento pausado. Y, por fin, ha vuelto a escuchar a Nano hablar con pasión de las cosas que puede contar.

Para ilustrar todo ello, el turista ha optado por aburrir con alguna foto añadida a la de la cabecera de la entrada.

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3 comentarios en “Diario de un turista #8 – La realidad, por fin”

  1. Lo he leido. ¡Maravilloso! y ese Nano sabía latín. Que sensibilidad la tuya, querido Raúl, para relatar la verdadera belleza de un país. ¿Sabes que igual te ganarías una pasta gansa haciendo reportajes de viajes? Así, te podrías pegar la vida padre viajando gratis por todo el orbe. Piénsatelo, querido. Besotes, M.

  2. "Con la miseria por traje y no el servilismo por uniforme" me encanta esa frase (lo que expresa y como lo hace). Cuanto color hay siempre en esos sitios. Cuanto mayor poder económico tenemos más grises (¿asépticos?) se vuelven nuestros hogares. El turista ha vivido algo de realidad al salir de su jaulita de oro y ha ayudado a mitigar un poco la misería de Nano.

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