Los libros electrónicos y el futuro de la industria editorial

Para todo lo que quiero decir aquí, es necesario hacer un poco de historia personal. Empecé a enamorarme de la lectura cuando tenía unos diez u once años (unos cuantos menos, si contamos los tebeos de Mortadelo y Filemón, Astérix y El capitán Trueno). Como tantos otros, comencé con sagas literarias de Enid Blyton, pasé por todos los autores de la literatura clásica de aventuras, luego fijé mis obsesiones en la novela policíaca (que, junto con la novela negra, me ha acompañado siempre en mi voracidad lectora) y, poco a poco, fui ampliando mi abanico de lecturas. Tuve la suerte de nacer en una casa con libros y con una familia que inspiró y alentó mi afición. Todo el dinero que recibía por mi cumpleaños y Reyes lo invertía en libros. Cuando esto no alcanzaba, conté con la complicidad de Humi, mi librera (luego me enteré que la librería que regentaba, Granado, tuvo una de las trastiendas más ricas a la hora de combatir la incultura y las prohibiciones en el franquismo), con la que llegué a un pacto: yo cogía el libro que quería y no lo tenía que pagar hasta ir a comprar el siguiente. Con el tiempo, mis queridos libros, mis apreciadas lecturas, lograron cambiar mi visión del mundo, ampliaron mi experiencia, compensaron todo aquello que, por motivos diversos, no había podido vivir. Las estanterías se quedaban cortas, las baldas eran insuficientes, los volúmenes se apilaban.

Cuando la ficción no fue suficiente, llegaron los libros de divulgación, los ensayos, los libros de historia primero, los de psicología y los de filosofía después. Llegó el momento de decidir una carrera y los estudios de Filología Hispánica me exigieron, no sin placer, el ir haciéndome con un gran caudal de literatura clásica hispánica y, a la par, con estudios monográficos sobre literatura y sobre lingüística. El número de libros y lecturas siguió creciendo cuando decidí realizar los estudios de posgrado y la tesis doctoral. Alguna que otra beca alivió mis gastos (o, mejor dicho, los de mis padres y de mi hermana, que hicieron un impagable –nunca mejor dicho– esfuerzo para que no me faltara nunca ni una página de las que yo considerara necesarias). Como todavía no tenía una relación laboral con ninguna institución universitaria y vivía en una ciudad sin muchos recursos bibliográficos, tuve que emprender viajes a otras ciudades de España e, incluso, salir al extranjero para acudir a bibliotecas y adquirir libros en librerías especializadas. Mi campo de investigación era tan estrecho y, a la vez, tan vasto, que necesité de un grandísimo caudal bibliográfico. No fueron pocos los años en los que me llegué a gastar, ya trabajando, más de medio millón de pesetas anuales en libros. Trabajaba en un centro de secundaria en el que te miraban con los ojos torcidos si te gastabas demasiado, con lo que muchos de los materiales pedagógicos que necesitaba también corrieron por mi cuenta.

En conclusión, el no-sé-dónde firmante acumula una librería de unos siete mil volúmenes: un montón de dinero bien invertido, en directa proporción a la satisfacción y los réditos personales y profesionales que me han dado. Todavía me parecen pocos libros, pero diferentes situaciones profesionales y personales acarrearon problemas de espacio y almacenamiento. Amigo como soy de las nuevas tecnologías, decidí hace unos tres años comprarme en Amazon un Kindle (comprado por internet en los EE. UU., ya que hasta solo hace cuestión de unas semanas se puede adquirir en la reciente tienda on line española). Embebecido por la ilusión de la causa y el efecto, pensaba yo (no lo había comprobado previamente) que el caudal de libros disponibles sería enorme, en uno u otro formato. Por la tarde, lo primero que hice es entrar en internet para comprar El asedio de Pérez-Reverte en edición electrónica. Los resultados de Google me mostraban unas cuantas páginas en las que el libro salía gratis a través de una descarga, pero yo no buscaba eso. Perdí algo así como dos horas hasta que descubrí que, simplemente, no podía hacer lo que había sido mi hábito durante años: pagar por el libro que quería comprar. Opté por la descarga gratuita (y no sé aún si ilegal, alegal o vaya usted a saber qué). En los días y semanas siguientes, seguí haciendo el intento. Ante mi extrañeza y mi asombro, la industria editorial española no disponía de ningún mecanismo para que yo pudiera utilizar mi dispositivo (y esto era válido para cualquier otro modelo, para cualquier otra marca) con libros pagados. Me acostumbré a descargar los libros que no leía en papel. Me familiaricé con determinadas páginas, con determinados programas que convertían formatos. Me acostumbré a no pagar por lo que había pagado durante décadas.

Hasta fechas bien recientes, la estrategia editorial española, en lo que se refiere al libro electrónico, ha sido errática en algunas ocasiones y, en otras muchas más, ineficaz o inexistente. Algunos autores tomaron iniciativas honradas y valientes, pero eran tan pocos los que las emprendían que los dispositivos electrónicos de lectura crecieron en un bosque en el que no había casi árboles autóctonos y, a los amigos de la naturaleza, nos obligaron a plantar especies de otras latitudes, a veces saltando una valla y sacando ese pino foráneo del cepellón.

Estando las cosas tal y como están, algunos autores mantienen absurdas posturas negacionistas en las que confunden, por puro odio, por pura ignorancia, el contenido con el continente. Es el caso de Juan Manuel de Prada, en una reacción iracunda de aquel que ve que se le puede acabar el pastel de postre o, incluso, el primer plato. Otros autores son mucho más razonables: algunos de ellos, fueron de los pocos que vieron el problema con suficiente antelación y perspectiva. Es el caso de Lorenzo Silva, que mantiene una actitud lógicamente combativa, pero siempre educada y prudente. El ya puso a disposición de todo el que quisiera algunas de sus obras de manera gratuita; de aquellas que se podían descargar pagando, el coste era más que razonable. De hecho, si vemos ahora los precios de sus libros en formato electrónico en Amazon, comprobamos que los precios son justos y necesarios: toda su serie de libros de Chamorro y Bevilacqua por menos de cinco euros, etc. En otros casos, en otros autores, la diferencia entre el libro en papel y el formato electrónico es tan pequeña que se parece a una tomadura de pelo más que a cualquier otra cosa.

La encrucijada de las editoriales españolas y de los autores llega ahora: convencer a quienes han visto que se puede ver el Cielo gratis para decirles que tienen que pasar por caja con una tarifa reducida. Y ahora llega la pregunta: ¿será demasiado tarde, cuando todos los internautas tienen una librera que ya no se llama Humi y que te deja llevarte un libro sin pagar por este, ni por el siguiente?

(Imagen de Leandro Suárez.)

3 comentarios en “Los libros electrónicos y el futuro de la industria editorial”

  1. Creo que, cuando la gente empiece a usar los libros electrónicos como tú lo haces ahora, es decir, como primera opción, pasará lo mismo que con la música en mp3: habrá una fiebre por descargarlo todo, por acumular material que nunca se leerá; por tener, tener y tener… por supuesto, esta fiebre se hará a base de descargas gratuitas.

    Y como con los mp3, supongo que esto irá seguido de un uso más racional, en el que es posible que la gente acabe pagando por la comodidad de asegurarse una calidad mejor, ahorrar tiempo y riesgo en la búsqueda…

    Pero, mientras los libros electrónicos valgan casi lo mismo que los impresos, eso no pasará. Para que pase, debería haber algo parecido al iTunes, pero en libros: 3 euros es lo máximo que yo pagaría por un archivo pdf de un libro. 5 si es novedad o un clásico. Por manuales y ensayos un poco más, dependiendo del nivel de la investigación.

    Pero la verdad, tras las pateadas por librerías para los regalos navideños, creo sinceramente que a veces se pasan con el precio de los libros.

    Besos

  2. España, como siempre, tarde, mal y a rastras. Yo aún no he metido la cabeza en el mundo del libro electrónico pero entiendo que el futuro pasa necesariamente por la adaptación al medio (ojo, aunque no creo que el libro de papel tenga ni vaya a desaparecer por completo). En esta vida perra que nos ha tocado vivir para que cualquier asunto salga bien primero hay que sentarse, pensar, analizarlo y, finalmente, obtener una opinión bien formada. Pero en España somos muy amigos (yo la primera) del famoso `aquí te pillo, aquí te mato´ de manera que la postura que estamos manteniendo en el tema de los ebooks (si es que tenemos alguna) es, sin duda alguna, reactiva cuando debiera ser proactiva. Llevamos años viendo con tranquilidad como los libros digitales circulan por España sin control ni legislatura clara al respecto. Todos nos quejamos pero nadie hace nada.

    Mi humilde opinión: los libros digitales se deben pagar; eso sí, como dice nuestro amigo Raúl a un precio razonable ¡Pero déjennos pagarlos!

  3. Es algo que se les ha venido encima por su cabezonería y creo que la glotonería de explotar a una gallina que le ha salido bastante resabiada. No es normal, que cuando la mayoría de los autores ya tienen el libro escrito en algún soporte digital nos pretendan cobrar lo mismo que uno que tiene que pasar por la imprenta con sus sucesivas correcciones en las galeradas, encuadernación, transporte, distribución y venta. Bien es cierto, que es una industria que da muchos puestos de trabajo, pero creo que puede pasar como con el sector de la minería, u otros sectores donde el tiempo ha avanzado y ha hecho que estos desaparezcan o se renueven.

    Podían haber espabilado un poco y haber visto como al sector de la música se le vinieron encima los soportes digitales, pero no, preferían explotar un poco más a la gallina; y ha tenido que ser una empresa foránea la que les haya quitado las legañas de un sopapo, porque iniciaron Libranda, donde comprar un libro era lo mismo que cruzar un desierto a pleno sol, y ahora, tarde, prescinden de ese gasto innecesario, y cada editorial saca un lector pero no reduce el precio del contenido, además creo que hoy por hoy, competir contra el Kindle es una batalla perdida, tanto por precio, como por calidad.

    Mencionas la cantidad de libros que posees, espero que tengas una casa grande o un desván de gran tamaño, porque ese es otro de los problemas al que nos enfrentamos, el espacio, y más con las dimensiones de las casas actuales, donde a duras penas cabe una cama de dimensiones apropiadas como para tener estanterías por casa para colocar los libros; libros que por otro lado no son objetos decorativos, como parece que son para el señor de Prada, son para leer y releer, incluso sentir su tacto, pero desde que ha llegado el libro digital esto se ha perdido, aunque no la pasión por leer, y al que le gusta leer, lo mismo lee la etiqueta de la caja de zumo que la pantalla de su lector digital.

    Respecto a la compra de libros, a mi me pillan tarde, tengo en mi poder tal cantidad de libros que creo que voy a necesitar reencarnarme multiples veces en mi mismo para terminarlos 🙂

    Otra cosa que he ganado gracias al libro digital es el descubrir nuevos autores, aficionarme a otros estilos de novelas y ver que esta industria del libro tiene lo que se merece, me explico, he visto que muchos autores tienen series dedicadas en sus libros, y en España como con el resto de cosas que van seguidas, (series de televisión), son maltratadas de una manera que roza la estupidez, series de libros que empiezan por el segundo libro, algunas series se dejan sin traducir, con lo que uno nuevamente se tiene que buscar las castañas, vamos un nuevo despropósito, que gracias a internet y la existencia de la página amiga, he podido solucionar.

    Saludos.

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