La pena eterna

Querida Eva:

Desde que te marchaste, solo puedo pensar en los recuerdos que me deja tu ausencia. Te fuiste con determinación, sin pensar en las consecuencias, sin tener en cuenta lo que dejabas atrás. Ahora paso las noches en vela y tan solo puedo empañar tu ausencia cuando miro en el móvil las fotografías que me enviaste. Te veo preciosa, dándote un baño en el mar, tostándote plácidamente en la arena.  Y, desde la nostalgia, me alegro de que seas feliz.  Mientras tanto, a mí no me queda más que sentir la pena eterna de seguir viviendo sin tu amor.

Me pregunto constante e insistentemente qué voy a hacer ahora que te has marchado. Incluso me persigue la ilusión, quizás sin fundamento, de que aún puedas quererme, de que aún puedas necesitar algo de mí, de que lo que sientes por mí sea algo que se acerque, aunque sea tímidamente y desde la distancia, a lo que es el amor.

Pero te has marchado sin mirar hacia atrás. Y solo me queda la última imagen que tengo de ti, cuando hacías la maleta (sí, esa preciosa maleta de cuero que te regalé para nuestros viajes comunes y que ahora haces y desharás para desenvolverte sola sin mí) y en ese precioso bikini de rayas con el que, hoy, te bañas y aprovechas para que el sol dore tu cuerpo, alejándote del crudo invierno.

Tuyo para siempre, buscando la fórmula con la que encuentre la quintaesencia de nuestro amor.

(Versión prosificada y modificada a mi antojo de «Eva María», canción de Fórmula V, perteneciente a la serie Canciones prosificadas y con imagen de @alain.g.)

2 comentarios en “La pena eterna”

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