Perdido en el laberinto de tus estrellas

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Se apreciaba en el cielo una bandada de pájaros oscilante, de giros inesperados pero sincronizados. Tú tenías un pie sobre la luna y yo sujetaba los cordones de tus zapatos. Un anciano se sentó en la barandilla de la terraza para experimentar la sensación extraña de evadirse de su rutina cotidiana. Emprendiste la marcha por aquel camino que se perdía entre las sombras de los árboles altos y yo te seguía a duras penas, entre trompicones llenos de impulsos emocionados. Una banda de música rompió filas y las trompetas se enfrentaron a los clarinetes entre retazos de saliva. Decidiste dejar de esperar el tiempo y no emprender nunca el camino de retirada, mientras yo contaba los segundos cronometrados de una vida imperfecta junto a ti. Las imágenes, mezcladas entre papel mate y papel con brillo, empezaron a brotar en colores cálidos que se hacían tristes y en colores fríos acunados por mantas esponjosas. Decidiste que nada cambiaría tu sonrisa, que tu hombro izquierdo sostendría para siempre una mancha de nacimiento que se hizo hermosa y yo me limitaba a sostener una lata de atún para una tortilla que nunca llegó a un buen final. Vieron al conductor kamikaze conducir durante unos minutos por el carril correcto, ante la estupefacción de la guardia civil, que le estaba esperando en el lugar equivocado. En un impulso de manos violentas, te quitaste el casco que te aislaba del mundo para agitar tu pelo al viento y yo segmenté mi vida en los momentos en los que tapé con mis manos, sucesivamente, mis oídos, mis ojos y mi boca. Llegaste al cielo, por fin. Y yo me quedé perdido entre el laberinto de tus estrellas.

(La imagen es de Thomas Hawk.)

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