A veces, conviene pasar un rato en silencio. Salir al balcón, asomarse, contemplar como espectador y desde las alturas una escena cotidiana. Es un momento silencioso que no proviene de la incapacidad de pronunciar palabras. Es algo más profundo, un procedimiento meridiano entre el gozo y la contemplación.
Un instante para no escuchar otra cosa que el sonido de la calle cuando todavía está en la construcción brumosa de la mañana. Un instante cuando ya ha oscurecido y todos los sueños se encuentran –todavía– por descubrir.
(Imagen de Lola.)