Pues sí, voy a volver a hablar de la San Silvestre Cidiana. Lo hice ya una vez y, después de la experiencia de ayer, creo que es conveniente decir un par de cosas.
La razón fundamental por la que escribo esto es por la salida de la prueba: una nueva ubicación a la que nada hay que reprochar, pero una falta total de previsión de algo fundamental que pudo causar serios problemas. Los que llegamos pronto para encontrar un buen sitio para salir estuvimos un buen rato cobijados en un buen ambiente de carrera pero, a medida que se iba acercando la hora de la prueba, fuimos viendo que muchos corredores, en vez de ir colocándose detrás, iban ocupando el lateral de la calle, fuera de la línea recta de salida. La consecuencia es que, en el momento del inicio de la carrera, se formó un embudo en el que no había forma de salir: empujones, avasallamiento, luchas denodadas por intentar ir hacia ninguna parte. El asunto duró un buen rato y fue angustioso al pensar en qué ocurriría si alguien se tropieza y cae. Una vez más, faltó la previsión: todos sabemos que esta no es una carrera normal, que el número de participantes excede con mucho el que suele participar en este tipo de pruebas en Burgos y que algunos no están acostumbrados a saber lo que supone situarse en una línea de meta. Como eso lo sabemos todos, la organización tendría que haber previsto todo esto. Bastaba con haber puesto unas vallas para que los participantes hubiesen ido colocándose en orden para haber solucionado la papeleta.
La otra cuestión no depende de nadie más que de nosotros mismos y, por ello, creo que es batalla perdida. No puedo entender cómo una carrera que es una fiesta puede convertirse en un momento en el que se reparten empujones a diestro y siniestro, se obstaculiza a los que quieren correr muy en serio (que conste que yo no soy uno de ellos). ¿Tan difícil es pensar en cosas sencillas? Oye, que lo mío es disfrutar un rato con los amigos, vamos trotando (o andamos) porque queremos celebrar de esta manera tan estupenda el fin de año. Perfecto. Oye, que somos un grupito de jovencitos/as que casi nunca corremos y hemos quedado y nos unimos a esta tradición. Perfecto. Oye, que cojo el carrito del niño porque me hace ilusión que, desde muy pronto, disfrute de un evento tan formidable. Perfecto. Sin embargo, no es tan perfecto que, asumiendo todo lo anterior, no se tenga en cuenta a todos aquellos que quieren hacer una fiesta de su pasión, de su vicio confesable y quieren disfrutar corriendo. Quizás no haciendo marcas; por supuesto sin batir récords. Si la San Silvestre es una carrera, ¿por qué no dejar correr a los que quieren? La cosa sería tan fácil como no obstaculizar, no entorpecer, no colarse, no correr sin dorsal, no hacer de nuestra fiesta una manera de aguar la fiesta de los demás. Y dejo para el final lo que ya he comentado más arriba: la de los iluminados que no se conforman con lo que hay (les guste o no) y se dedican a encontrar su camino a base de golpes y codazos: les daba igual lo que hubiera a un lado, al otro, delante o detrás. En las primeras centenas de metros se vio de todo y pocas cosas eran bonitas. ¿De verdad disfrutar del sano y aparentemente inofensivo acto de correr, ese que practicamos muchos a lo largo de todo el año, se tiene que convertir una guerra campal?
Como no sería justo que estas líneas no fuesen ecuánimes, hay que decir bien alto y públicamente que la carrera ha ido mejorando mucho: los chips en los dorsales hacen de la llegada algo tremendamente confortable, el recorrido estaba bien pensado en sus líneas generales. Y, detrás de todo, hay un grupo de voluntarios que hacen que, pese a todo, unos miles de personas disfruten del fin de año con algo tan sano y fraternal como es el noble arte de correr.
(La imagen es de Domingo Cáceres).