Ya no podemos hacer las cosas con calma

La calma ha desaparecido de nuestra vida. No existe —ya— en el ritmo diario, en el hogar, en la lectura. Qué bellos esos momentos en los que se leía despacio por placer. Qué necesarios esos momentos en los que detenías la lectura y pensabas e ibas más allá. Y gozabas.

La calma ha desaparecido y no queda, por supuesto, ningún resquicio para hacer las cosas bien y coserlas despacio en nuestro ritmo de trabajo cotidiano. Nos hemos convertido en máquinas de hacer cosas sin buscar apenas su sentido, con esa prisa necesaria para el corto plazo que no depara ningún beneficio a la larga si no es el utilitario. Nos vemos impelidos a hacer y hacer, de manera brusca e inminente, sin que tengamos tiempo para tomar aliento, para respirar. Para destilar lo necesario de lo accesorio. ¿Dónde queda el momento de un profesor —por ejemplo— para reflexionar, para darle un par de vueltas a un concepto, a una idea, a una frase?

La puta prisa nos está matando. Y lamentaremos que no nos hayan dado oportunidad para la calma cuando, en medio de la tormenta, busquemos una orilla.

Imagen de Teresa Vicente Illoro.

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