No quería empezar así, que va, nada más lejos de mi intención. Tampoco quería comenzar el párrafo de esta manera, ni de broma. Puede que a alguien le interese el «carpe diem» porque tengan poso o porque sí o porque le dé por pensar en subirse a una silla como signo de protesta. Aunque luego esos que lo piensan se hayan doblegado a alguien o a algo, quién no lo ha hecho (doblegarse, no pensar en subirse en una silla: yo, de hecho, me he subido, pero no como alumno y no para cambiar una lámpara). Y, desgraciadamente, cada vez hay menos gente a la que le interese Blade Runner. Y tenéis que saber que, en ese caso, estáis muertos para mí, meros replicases de segunda (generación). (Blade Runner «la buena», aunque tengamos que hablar un día de ella, Dani, de la del 2049 con una marinera y unas cuantas cervezas, si has llegado hasta este párrafo intrigado).
Yo quería hablar de cosas mucho más prosaicas, de esas que se escuchan en la tele. Esta tarde, mientras posponía todas mis tareas, me dedicaba a ver un programa de televisión (grabado, para saltarme los anuncios, qué cuco yo) y he oído a alguien famoso y afable y simpático decir que lo que hay que hacer es vivir la vida y disfrutarla. Y yo he pensado que sí, que estamos de acuerdo. Que la eudamonía está ahí como meta para todos, que la cosa está en encontrar caminos.
Y sí. Y no. Porque pensaba yo, mientras sentía que el programa seguía circulando por mis ojos y mis oídos, que se trataría de eso, de vivir la vida y disfrutarla. Pero no sé vosotros, pero yo la vivo a un 47,43 % y la disfruto a un 29,85 % (siendo generosos). Que no es inconformismo, qué va. Que no es quejarse de vicio, qué va, aunque un poco sí. Que no sé lo que es esto que tenemos entre manos, tan corto, que no nos acaba de llenar. No sé si me explico, seguro que no. Pero vaya mierda de poso que, cuando queda cada vez más agua, más difícil es de evitar.
Y que ya sé que a lo mejor no es tanto esa visión demasiado exultante de vivir la vida y disfrutarla, sino algo con el foco más puesto en vivir y aprovechar el momento. Y ahí la hemos liado. Que aprovechar es algo muy difuso y con el que puede que no todos estemos de acuerdo. Pero, desde luego, no es sinónimo de disfrutar, no tiene por qué. Pero acabo/acabamos tan cansado/s de intentar aprovechar el momento en el sentido más práctico que no lo aprovecho, que no le saco sustancia ni sinsustancia. Ni accidentes. Que es un vacío que no sé dónde está, pero se respira y se huele y palpa. Y la boca te sabe mal cuando te despiertas, cuando duermes y cuando pasas por el día a día cojeando tus miserias.
Y eso, que me acuerdo mucho de Blade Runner y de ese anuncio luminoso de Coca-Cola con esa invitación al «Enjoy», en una ciudad y una civilización que se está muriendo, con invitaciones a marcharte muy lejos, a un quinto pino que está en el espacio exterior. Que es un espacio fuera de nuestra planeta, pero también externo, puede, a nosotros mismos. Y que, en algún momento, hay que meterse en un ascensor y esperar que se cierre la puerta para que acabe la película. Que es una puerta que abre a algún sitio que puede no ser el paraíso.
Aunque, ahora que lo pienso, llevo desde el mes de marzo sin montarme en un ascensor que me haga subir o bajar. Lo que tengo muy claro es que soy tan míseramente humano que no llego a replicante. A replicarme. A repicarme. Preferiría huir, qué duda cabe. Pero todavía tengo que rendir cuentas y protestar y poner los dedo sobre los párpados del Padre y apretar con toda la rabia que tengo no proviene de ser perecedero, sino de no encontrar la salida al laberinto. De vivir.