Tienes que pensar en un personaje y no sabes muy bien cómo escogerlo. Te gustaría que, siendo redondo, estuviese lleno de aristas, pero no eres capaz de sintetizarlo sin nombres y apellidos reconocidos. Intentas ponerlo en movimiento, jugar a ser dios para que descienda a la tierra. Saberlo todo de él, contemplarlo desde lo más alto y narrar no solamente lo que hace, sino también qué es lo piensa. Levantar techos y frentes, descubrirlo en momentos íntimos, en pensamientos impuros.
¿Lograrás que sea el protagonista de tu historia o será una anécdota cicatrizada en cuatro rasgos evidentes? ¿Será colectivo para que opere en un conjunto, partícipe de tu plan perfecto? Le das vueltas y más vueltas, pero no logras más que emborronar papeles, tachar en la hoja muchos adjetivos y tirar a la papelera ese proyecto, perfecto en tu cabeza, débil cuando ha llegado al terreno de las ficciones.
Tienes que situarlo en un tiempo y en un espacio. Procuras que sea lejano al tuyo, pero es difícil no mirarse en un espejo. Desde luego, te alejas de la autobiografía: no hay nada interesante en ti, nada digno de ser contado, pero te resulta imposible no atarlo con las cadenas que ya conoces, aunque sometido a aventuras inesperadas. Puede que no haya nada más extraño que el terreno que pisas todos los días.
¿Conseguirás ir más allá del relato impresionista y demasiado corto? Siempre has deseado desarrollar las historias, llevarlas hasta un final, pero te has quedado en los inicios de algo que nunca será contado. Te mueves con dificultad en el relato breve. En alguna ocasión, te has llegado a plantear realizar un curso de escritura creativa, de relato breve. Que te den ideas para empezar y, sobre todo, para finalizar. De atar ideas y darles un sentido. Crees que nunca llegarás a dar el paso. No llegas a imaginar la sensación de realizar una tarea semanal y tener que leerla en público, ante una audiencia que te escucha con los ojos cerrados o mirando al techo o, quizá, observándote fijamente. Te da miedo lo que puedan ver detrás. Te aterroriza el juicio emitido de todas tus inseguridades.
Lo que sí has conseguido es levantarte unas cuantas veces, luego sentarte en el sofá para ver esa serie de televisión que tanto te aburre, asaltar el frigorífico, reducir tu ansiedad con un puñado de Conguitos. Y volverte a sentar intentando escribir, sufrir por una historia que no haces tuya, que se disipa.
Tú, que te mueves bien en los mundos de lo abstracto, sabes que tienes aterrizar en lo concreto. Que la filosofía y el ensayo están bien, es cierto, pero en las narraciones necesitamos detalles muy concretos que ilustren una idea. Lo que pasa —ya lo has contado, te repites, como siempre— es que las ideas están muy bien en su mundo, pero se resisten cuando intentas apresarlas.
No sabes lo que dices, te recuerda tu familia. Te andas por las ramas, te dicen tus amigos. Divagas mucho, te decía un profesor al que odiabas. Y no consigues mantener un hilo. ¿Cómo desplegar una idea si vas a salto de mata, con la cabeza en todas partes menos en la tuya?
Tienes que pensar en un personaje y no sabes muy bien cómo escogerlo. Te gustaría que, siendo redondo, estuviese lleno de aristas. Pero solo has encontrado una persona, como la rosa, llena de espinas.