Politropía

Llevo tanto tiempo sin escribir de manera asidua, que me temo que haya olvidado cómo se hace. Me refiero tanto al olvido de describir y de sus técnicas e inspiraciones, como al olvido de hacerlo de manera diaria, con la rutina satisfactoria del que desayuna lo que le gusta o del que pasea entre las sombras en el calor del verano.

 Llevo mucho tiempo sin sentarme ante el ordenador para sugerir mediante el teclado algo medianamente imaginativo. Me limito a cumplir el expediente de cualquier trámite administrativo, a intentar domeñar el correo electrónico sin que se desborde, a preparar esas clases que tanto me absorben y que tanto me incapacitan para el resto de las cosas de mi vida. La cabeza se me ha convertido más en una máquina que en un paraíso de la fabulación y cualquier excusa es válida para posponer el momento 

Ya sin técnica, ya sin imaginación apenas, a veces me pregunto si de verdad tengo algo que decir. No me refiero, por supuesto, a decir algo interesante y que interese a los demás, sino algo que me satisfaga a mí mismo, al menos vagamente. Estoy leyendo una novela sobre un padre y un hijo, sobre héroes y retornos, sobre epopeyas y viaje. En un momento al protagonista, que es profesor de literatura clásica, le pregunta un alumno cómo va a abordar el seminario del semestre, a lo que el profesor contesta que empezarán por el principio.

Pero esto de los principios es asunto escabroso. En un libro, empezar por el principio puede referirse a la primera oración, al primer párrafo, al primer capítulo, a la primera parte. Pero la historia puede estar contada en un orden diferente al de la narración, que ha podido comenzar por el medio, por el principio, por el final, por los cerros de Úbeda o por alguien que tenía una granja en África. La narración puede, incluso, dar saltos o perderse en la espiral de un embudo que se lo traga todo o que, atascado, no admite ni una gota más de quiebros y requiebros. 

Saber de principios es muy loable porque supone conocer espacios y tiempos, incluso de valores morale. Supone conocer un orden preexistente, o mejor, supone crear un orden sobre la marcha. Y ese orden marcará no solo la narración, sino la historia del relato y también nuestra vida misma.

Lo malo es cuando alguien cuenta historias y no tiene principios. Una vez, acudí a un curso de escritura creativa y su director, y al que parecía que le gustaba lo que escribía en la forma, me recriminaba continuamente que escribiese sobre la escritura misma sin avanzar ni un milímetro en la historia, que siempre era  autoficticia y, por lo tanto, autodestructiva. Yo no me atrevía a decirle que a mí lo que me guiaba y me gustaba era coger la barca para remar diligentemente hacia ninguna parte. Depurada mi vida por un exceso de razonamiento (que tanto desagradaba a mi padre, tan caóticamente imaginativo), prefiero guiarme por mi gusto para perderme en los márgenes. En el fondo, Parménides y Heráclito siempre han confluido, entre sus visiones opuestas, en el Ser, cambie o no cambie, ande o no ande.

Escribo esto, por lo tanto, como declaración de principios. O como declaración de no tenerlos. Ahora recuerdo que empecé a escribir un poemario que se llamaba precisamente así, Cuestión de principios, aunque siempre fui consciente de que no lo acabaría nunca.

Todo esto me recuerda que, en la novela que leo, se menciona la palabra politropía, el hecho de dar vueltas y más vueltas. Lo que ocurre es que Ulises/Odiseo, supo volver. O al menos, tuvo a Homero para que, entre más vueltas que idas (aunque siempre hubo que ir para volver), entre tejidos y destejidos, para hacerle protagonista de una historia. Y de una vida certificada palabra por palabra.

Con imagen de Thomas Hawk.

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