Es tiempo de locuras, de máscaras, de caricias, de disparar a la luna con balas de fogueo. Es tiempo de captar el olor de una habitación vacía, de bailar delante de un espejo, de abolir de una vez por todas los puntos cardinales.
Es tiempo de salir a la calle en zapatillas, equipados para un nuevo combate. Es tiempo de confundir los colores y tergiversar todas las enseñanzas que algún día nos confundieron.
Es la hora de calibrar el parpadeo de las estrellas, de ver el sol antes de que amanezca. Es la hora de perseguir la lluvia en los días de primavera. Es la hora de agazaparnos en las evidencias. Es la hora. Y que las calles escondidas escuchen nuestros pasos.
No tengas miedo: el único riesgo es caer dentro de la cordura. Y la única manera de recobrar tu cordura es volverte complemente loco: sabes que los dolores del corazón solo los curan los vendavales, las tormentas. El amor dura todo el tiempo que permanecemos aquí, mirándote sin perder detalle. ¿Es lícito sentirse insípido por tener el descaro de amar? No podemos cerrar los ojos ignorando que se puede quedar atrapado entre el miedo de sentir algo dulce. Y prestar atención a todas las cosas que no son importantes.
Recoger todos esas nimiedades para construir una historia. Para dar mil significados a una sola palabra, para atribuir mil sentidos a un detalle liviano. Todo es para ti, para los días en los que el viento y el frío te hace recogerte en tu bufanda para quedar fuera de la vista y del alcance de todo lo demás.
Y hacer las cosas bien. Pintar las cosas con colores diferentes a los de siempre. Y, sin dejar que se sequen, colgar todas y cada una en un muro para que todos las ignoren. Sabes que soy capaz de apagar todas las estrellas si eso te hace olvidar un segundo de tu abismo. Te transportaré lejos de todo. Estaré allí cuando te caigas. Estaré ahí cuando asciendas y que cambie la línea del horizonte. Devoto, escucho cada palabras que pronuncias, y miro tus labios por un espejo que me transporta a ese lado desconocido, a ese lado que yo no sospechaba y que se encuentra cercano a la verdad. Mientras tanto, seguimos con la locura como única forma de no volvernos cuerdos.
Fuera de nuestro alcance, se llega al horizonte si extiendes los brazos para mirar por debajo la belleza, para descubrir la perfección debajo de las pequeñas imperfecciones. Mirando dentro. Escalando muros y quitando escalas para contemplar todo lo bello sin pensar en las consecuencias. Esta noche, bajo el aura de los sueños, somos seres imperfectos viviendo nuestro instante de equilibrio.
Después de muchos años mirando, he logrado al fin contemplar el mundo. Brillante bajo los días locos, bajo una ciudad que se mueve bajo el dolor de nuestras almas. Encender el mundo bajo todas las formas conocidas. ¿Permanecerás bajo mi esperanza y bajo mi dolor? La lluvia ha dejado su sonido y, ahora, nosotros gritamos entre todos los silencios para no oír más allá de nuestras voces, entre el resplandor de los charcos. A la luz de la luna.
Desde hace seis años, Isabel trabaja como monitora en un centro deportivo. Para Isabel, el gimnasio formaba una parte importante de su vida. Entraba a la sala, se subía a la tarima, contemplaba a todos los asistentes y esbozaba una amplia sonrisa. Isabel sabe que el trabajo desvela una parte importante de su concepción de la vida y, por eso, intentaba hacer llevaderos los momentos más duros de las sesiones. Un comentario acertado, una pequeña maldad, una observación que denota conocimiento… Desde hace unos meses, Isabel se siente algo más perdida. En otras ocasiones, pese a encontrarse mal, pese a estar triste, a Isabel esas horas de contacto directo con el esfuerzo le servían para sobreponerse. Para dar algo más. Para olvidar los sinsabores de todo lo cotidiano.
Ahora, sin embargo, Isabel entre en una sala repleta y se siente vacía. La rutina, que antes le servía para sobreponerse, ahora se le viene encima con todos los pesos. Isabel piensa, ahora, que un día es igual a otro, que una sesión es igual a otra, que el mundo se comprime en sesenta minutos que han de pasar pronto para volver a la realidad. A veces, Isabel se marcha a casa escuchando la música del coche a todo volumen para olvidar. No obstante, no hay ni un solo día en el que sueñe con volver a iluminar la sala con la sonrisa, para que cada día sea único, especial. No hay ningún día en el que no sueñe en volver a comenzar.
La ficción, por muy planificada que esté, tiene sus momentos, sus sorpresas. Hoy voy, muy brevemente, de alguna de estas circunstancias.
La primera tiene que ver con espacios vacíos, momentos en los que la metáfora de un agujero negro es toda una realidad (como todas las metáforas, que no son sino una realidad de nuestros procesos cognitivos). Estuve días y días saltando entre no escribir nada y rellenar borradores de tres líneas que no me llevaban a ninguna parte. Ante esto, solo caben dos opciones: tirar la toalla o esperar sin desesperar. Afortunadamente, hice lo segundo.
La segunda tiene que ver, precisamente, con ese momento de espera. Cuando todo parecía perdido, surge un momento –que surge, naturalmente, cuando estás haciendo otra cosa– y que me ha ayudado a relacionar muchas de las ideas que tenía cogidas por los pelos. Hoy están ya en el proceso de quedar arraigadas en el cuero cabelludo.
La tercera está relacionada con la primera y la segunda. Entre los espacios vacíos y esos saltos cualitativos que se dan por la improvisación pero que son posibles por la perseverancia, una entrevista que me realizaron el viernes –y de la cual daré noticia en su momento– me llevó a una constatación: que no había dejado por escrito aquí ninguna de estos avatares. Y que, en forma de borradores, algunas entradas están empujando para que cuente cosas.
ÉL. Pero que quede clara una cosa: no decir es decir.
ELLA. Sí, ya. Ahora resulta que tienes mil no-entradas en este blog. El silencio como excusa.
ÉL. No como excusa, sino como refugio. No-juntar-palabras por voluntad es, a veces, mejor que juntarlas-mecánicamente.
ELLA. Lo que te digo. El genio de los silencios.
ÉL. O el paraíso de no jugar a las mentiras.
ELLA. Eres el maestro de dar la vuelta a las cosas. Y, mira por dónde, siempre en tu propio beneficio. Me quito el sombrero. O el cráneo. O las meninges… y volvemos a lo de la conversación anterior.
ÉL. ¿A cuál?
ELLA. Déjalo. Para tener memoria hace falta tener cabeza.
ÉL. Para tener memoria, sobre todo, hay que tener vida, experiencia. O mejor, imaginación, ganas de juntar cosas para inventarnos el pasado. Para recurrir al tópico como medio de subsistencia y de coexistencia.
ELLA. ¿De coexistencia?
ÉL. La coexistencia es la convivencia del espíritu anacoreta.
ELLA. No eres más tonto porque no puedes.
ÉL. Sí, aún puedo ser mucho más tonto. Y puedo pensar en que la memoria es la mayor de las mentiras, el lugar inexistente donde subyace todos los trazos con el que queremos construir el paisaje de nuestra vida.
ELLA. Leía el otro día no sé qué acerca del solipsismo y me acordé de ti.
ÉL. ¿Ya estamos? ¿Pero me meto yo contigo?
ELLA. No, no lo digo por el contenido, lo digo por la forma. Te gusta mucho emplear palabras raras y el otro día cuando estábamos charlando sentados en una terracita tomando una cerveza dijiste algo de los solipsistas.
ÉL. No son palabras raras. A ver si te crees que una palabra se puede sustituir por otra. Creo que es muy distinto decir de alguien que es un onanista a decir que es un pajillero. La diferencia, probablamente, esté en el lavado de manos y que a estos últimos es más difícil estrechársela (la mano) con confianza.
ELLA. Pues yo creo que hay personas que dicen palabras sencillas para decir cosas complicadas y personas que dicen palabras complicadas para decir cosas simples.
ÉL. Joder, ahora te vas a convertir en Oscar Wilde o algo… Y prefiero no pensar en lo que estás pensando.
ELLA. A propósito, ¿qué tal vas con esos proyectos de poemas, de poemas y esas cosas? Desde que te dio la obsesión de que habías visto algo en el cielo ya no eres el mismo.
ÉL. Te iba a decir algo escatológico, pero mejor lo dejamos. Paso por una crisis de creación, ¿vale?
ELLA. Pero si tú eras de los que decía que las crisis creativas eran una tontada que se inventaban los que ya no tenían otras excusas.
ÉL. Pues ya ves, he cambiado de parecer. Veo cosas y no sé cómo explicarlas. Pienso cosas y no sé cómo decirlas. Y, sobre todo, me paso el día mordiéndome la lengua para no revelar todo aquello que me sepulta. Y no vuelvas a decir lo del cielo, que la gente va a pensar que soy un iluminado de los del programa de Iker Jiménez.
ELLA. Pero luego sí pones por escrito estos diálogos. Mis amigas se piensan que son así, tal cual los decimos. Y piensan que estás como una regadera.
ÉL. Mentira: estoy más cuerdo que las putas chotas. Se lo dices a tus amigas. Escribo lo que decimos como lo decimos o como me apetece. Lo demás es ser timorato. Y pusilámine.
Adolescencia y distancia; recuerdo de futuro con proyectos y de pasados sin ansiedades. Ventanas todavía no empañadas, puertas cerradas sin pestillos. Luz sin estertores. El azar como base para una de las últimas causas, personales e intransferibles. Ojos todavía no fatigados de sostener con la mirada el mundo. El aire matizado por las rendijas de las persianas. Pintarse los labios para enfrentarse al mundo y, sobre todo, para subsanar sus sequedades. Contar historias para no dormir, para quedarse dormido y para reflexionar debajo de las mantas. Comer con la moderación del inane y sobrepasarse con el exceso del compulsivo. Luchar para no quedarse en la cuneta, correr para avanzar despacio, saberse de memoria el trayecto para luego perderse por los quicios de las puertas que no se deben traspasar. Sacarse las espinas de todas las heridas laceradas, utilizar con moderación el yodo y el agua oxigenada. Fumar para intentar ser y beber para ser consciente de olvidar. Acudir a las citas para ver qué pasa. Temer y temblar frente a las sacudidas. Buscar lo que nadie ha encontrado y encontrar lo que no se busca. Estudiar por obligación, para comprender, para claudicar. Leer por pasión y por principios, desde el incio hasta que te pida el cuerpo más. Y la suerte, que no sabemos hacia qué precipicio nos llevará, ni cuándo, ni dónde. Para nunca pensar en un después.
(Imagen de R-Queso, palabras robadas y transformadas de un papel arrojado a la nada.)
hoy te has levantado y te has sentado ante el ordenador y mientras tecleabas vislumbrabas los últimos fulgores de la noche que son fulgores de luz eléctrica que tiembla entre las pocas personas que se atreven a horadar el misterio de la madrugada hoy has atisbado entre las cortinas los pequeños secretos de la gente sencilla en el transcurso de la noche al día hoy has adivinado el placer de sentirte ajeno y distinta a todos ellos protegido como estabas por el filtro de unos ojos todavía no completamente abierto y por el efecto distanciador de la altura y la protección de un vidrio que separa las perspectivas hoy te has levantado con ganas de gritarles que tuvieran cuidado con las porciones de vida que uno se va dejando por los días y por las aceras pero te has dejado ir por la calma de una música pautada y pausada hoy has ido comprobando cómo la luz ha ido ganando la partida a las tinieblas pero sabes que la oscuridad es persistente y sabe esperar y al final espera ganar por tablas hoy has comprobado que no se puede ganar una partida con un rey y un alfil o con un rey y un caballo porque la vida tiene que ir adocenada de pertrechos y de subalternos que nos hagan ganar las tristes batallas hoy has querido quitar todos los puntos y las comas para desnudar las frases y someterlas al estricto ritmo de la respiración del que te lee hoy la mañana al fin ha sido un flaco viso de lo que será el atardecer hoy es un día más que ha nacido y nos romperá todas sus horas y minutos en la cara
ELLA. ¿Pero no te he dicho que gires? Ya nos hemos desviado.
ÉL. El Tom Tom me dice que coja la segunda salida a trescientos metros. Y calla, que me despistas.
ELLA. Pero si hemos venido aquí en coche mil veces, sin tomtom ni la madre que lo trajo. Y siempre te has metido recto después del puente…
ÉL. ¿Y qué pasa, que los trayectos del navegador se los inventan? Lo he programado con el trayecto más rápido, saltándome los peajes, que luego te cuestan un ojo de la cara.
ELLA. ¿Y para qué está el sentido común? Estos chismes, que tu dicen que facilitan mucho las cosas, lo único que hacen es complicar la vida. Ya no miras a la carretera. Te pasas todo el día mirando que si vas a tal velocidad, que si a doscientos cincuenta metros hay un radar. Un día nos vamos a pegar una leche. Eso y tus manías de escuchar música disco a todo volumen. Vaya vergüenza la vez aquella que nos paró la guardia civil. Y tú tan tranquilo, bajando la ventanilla sin haber apagado la música. Yo creo que te hizo la prueba de alcoholemia a las doce de la mañana porque pensaba que veníamos de un after o algo. No se puede ser más tolai, te lo juro.
ÉL. Escucho la música cañera y con el volumen alto porque me concentro mejor. Y cállate de una puta vez, que me has vuelto a despistar. Ahora a girar 180 grados. Me voy a cagar en todo lo que se menea.
ELLA. Eso nos pasa por ese viaje que se te ha metido en la cabeza. O no hablas, o dices chorradas, o te da por lo que viste en el cielo.
ÉL. Pero si para eso venimos, si te lo voy a enseñar…
ELLA. Creo que lo tuyo es para que te lo miren.
ÉL. Yo sólo quiero que sepas una cosa: hay que tener una confianza incondicional en las personas. ¡Mierda, me he vuelto a pasar!