HablĆ© de la educación cĆvica (y de la falta de ella) hace muchos aƱos en una entrada, titulada Ā«PolitesseĀ». En ellaĀ rememoraba una pequeƱa anĆ©cdota vivida en el metro de ParĆs. Es tan significativa que recomiendo vivamente su lectura antes de seguir con estas lĆneas. Hoy, a raĆz de un par de experiencias personales acaecidas en las dos Ćŗltimas semanas, me veo empujado a volver a tratar de la falta de cortesĆa social.
Vivimos en un paĆs en el que hay demasiados maleducados, demasiadas personas que no matizan las palabras con la adecuada moderación. Y no me refiero a momentos en los que las circunstancias empujan a elevar el tono o en las que aflora el instinto asesino por laĀ supervivencia. Me refiero a momentos totalmente serenos de nuestro dĆa a dĆa.
Vemos con frecuencia a personas que, sin mĆ”s ni mĆ”s, se creen con todos los derechos del mundo y, ademĆ”s, se atreven a defenderlos sin la necesaria prudencia, sin el filtro de las palabras recatadas. Vivimos en un paĆs en el que a muchas personas se les ha olvidado a decir las cosas con educación (puede tambiĆ©n, que nadie le haya inculcado). Se lo enseƱo constantemente a mis alumnos de PragmĆ”tica: lo que se quiere conseguir detrĆ”s de una expresión como Ā«PĆ”same la sal, joderĀ» y otra como «¿Me podrĆas pasar la sal, por favor?Ā» es el mismo, pero con la segunda tenemos muchas mĆ”s probabilidades de sazonar nuestra comida a nuestro gusto. La educación, por supuesto, deberĆa ser una cuestión de principios sólidos pero, ya que no siempre es asĆ, deberĆa ser, al menos, una cuestión de imagen social, de proyección social de nuestro yo. Y el yo que proyectamos con nuestros actos y con nuestras palabras es denigrante y devastador. Y el otro, aquel a quien hablamos, queda como un petimetre al que solo consideramos como un obstĆ”culo para conseguir todo aquello que nos proponemos.
Tuve la desagradable experiencia ayer con Ā una situación de este tipo: todas las cosas que venĆa haciendo como un favor y como un aƱadido voluntarioso a mi quehacer diario se volvĆan en mi contra como reproche cuando no llegaba a mantenerlas (o a intensificarlas). Hemos perdido el norte de la gratitud y hemos pasado al desvarĆo del yo desquiciado y egocĆ©ntrico. Y, para evitarlo, deberĆamos pararnos, reflexionar y pensar, alguna vez, en considerar al que tenemos enfrente. Con esa educación. La que nos falta.
(Imagen de FerrÔn Jordà .)
SĆ, estĆ” muy extendida. Pero estoy de acuerdo con Berta en que, afortunadamente, tambiĆ©n hay mucha gente educada y con la que da gusto convivir y trabajar. Gracias a eso subsistimos.
Me parece que tenemos que reflexionar bastante sobre lo que has escrito en esta entrada.Es cierto que la mala educación estĆ” bastante extendida entre los jóvenes pero tambiĆ©n entre los que no son tan jóvenes.Yo como madre, junto a mi marido , con dos hijas de 26 y 23 aƱos hemos intentado que sean lo mĆ”s educadas posible pero sobre todo que sepan respetar a las personas, que sepan escuchar, que saluden en cualquier momento del dĆa ,en el ascensor ,cuando entran en una tienda por muy grande que sea y a saber estar. DespuĆ©s de lo acontecido en clase los dos martes anteriores he llegado a la conclusión de que no lo hemos hecho tan mal con nuestras hijas ,y dĆa a dĆa veo que tenemos razones suficientes para estar orgullosos de ellas.Me entristece ver que hay mucha gente a mi alrededor que no se dan cuenta de estas carencias y lo mas triste de todo es que va ser difĆcil cambiarles ya.
Berta
un Ā«lo cortĆ©s no quieta lo valienteĀ»…
sĆ que hay bastante mala educación, sĆ… y va a ser difĆcil erradicar la epidemia porque estĆ” bastante extendida.
biquiƱos,