Hoy no he nadado para relajarme. No he dejado que la vida transcurriera a través de los largos hechos con ritmo pausado y con la respiración controlada. He nadado para exigirme, para perfeccionarme. Para estirar las brazadas hasta el límite, para mover las piernas batiendo intentando que los músculos sepan reaccionar a momentos todavía peores. Hoy me costaba recobrar el aliento entre ejercicio y ejercicio. Además, nadaba con la sensación de que, en un momento determinado, me faltaría el aire de forma casi definitiva. Hoy he combinado los estilos para que no quedase ni un pedazo de mi cuerpo sin conciencia de pertenecer a ese todo, a veces disgregado. A veces es bueno recuperar la sensación de conjunto y, para ello, nada mejor que trabajar por partes que parecen desmembradas.
Hoy, cuando el sufrimiento parecía que estallaba, he mirado el reloj y he visto que ya había cumplido con mi cita con el deber autoimpuesto. Luego ha llegado la ducha y, casi sin querer, todo se ha olvidado. Todo era sintonía, armonía y relajación. He cargado con la bolsa de deporte y, cuando el viento ha frotado mi cabello, he sonreído hacia la nada.
(Como pequeña curiosidad, esta entrada la escribí ayer. Hoy pienso repetir. Con imagen de Brandon Warren.)