Dicen que la vida está sobrevalorada

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No hace falta que te cuente mi secreto más recóndito, porque te bastará con sentir el ritmo de mi respiración. Deja que fluya el amor. Dime que me necesitas. Dímelo aquí, en la oscuridad, en esa jerga que puede significar todo y que puede no significar nada. en esa prisionera, difícil y dura jerga de nuestras mentes. Aunque no podamos atrapar el mundo, podemos pasar buenos momentos, al ritmo una fiesta que es solo nuestra. Correremos alrededor de nuestro espacio y no nos podrán alcanzar, por mucho que se lo propongan, por mucho que lo intenten con todas sus fuerzas. ¿Conoces a alguien que tenga las llaves para abrir el universo? Tú y yo las tenemos sin necesidad de encerrarlas en llaveros. Una y otra vez, siempre sintiéndonos y abrazándonos. Una y otra vez. No obstante, la oscuridad es tremenda y es imprescindible un atisbo de luz, una chispa que encienda la mecha. No dejaré nunca que una constelación de lágrimas invada tus pestañas y, si así, fuese, buscaré un antídoto para cuando llegue la mañana. Todos los gatos son pardos bajo las tinieblas, pero los tambores desvelan nuestros latidos para que el mundo sepa que nos movemos, que vivimos, que brillamos por encima de todos los estilos, de todos los estigmas. El amor, lo sabemos, se desborda a veces gracias a las palabras, a los suspiros. Si no hay palabras, si no hay suspiros, nos sentimos vacíos en una nada que solo es dulce si se atisba en ella un poco de recuerdos. Porque amar no siempre es fácil. Es sencillo omitir una palabra, abreviar la respiración, barrer los vestigios. Si lo hacemos, corremos el peligro de que los agujeros de las malas sombras nos persigan en nuestros recuerdos. Aunque, por otro lado, no es muy difícil saberse querido aunque no se diga nada. Sin saberlo, lo sabemos. Sin contarlo, decimos que estamos enamorados: bastar con fiarnos del interior y dejar que el amor sea relato. Aunque las historias cuenten problemas, aunque cuenten una historia en la que me tuviste encandilado desde que te sentaste, desde de que te mordieses un labio. Con la cabeza dándonos vueltas, enganchados a nuestras costumbres, a nuestras siluetas. Con los ojos cerrados, volvemos a un camino conocido. Estamos locos si pensamos que podemos olvidar lo que somos y hacia dónde vamos. Por mucho que el tiempo haya querido pasar por nosotros, todos los momentos en los que estamos separados no hacen sino que sueñe con tu rostro. Dicen que la vida está sobrevalorada, pero no lo creo: basta con que, esta noche, seamos tú y yo.

(Imagen de Jef Safi.)

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