(Esta entrada no desvela detalles relevantes –spoilers– sobre el argumento de la serie)
Mad Men va acabar dentro de muy poco. Los enamorados de esta serie nos debatimos entre la pena de las grandes obras que finalizan y la intriga del final. Por mi parte, siempre tengo presente la brillante cabecera de la serie: un ejecutivo, seguramente Don Draper, precipitándose hacia el vacío. Don Draper es, a mi juicio, uno de los personajes más interesantes de la ficción televisiva contemporánea: un ejecutivo publicitario de éxito que siempre se encuentra en el filo, al borde del abismo.
En el último capítulo proyectado el domingo en Estados Unidos (S07E12), hay dos momentos fundamentales (como he advertido desde el principio, no desvelo ningún detalle importante): el primero, en el que Draper mira por la ventana de su despacho y empuja el cristal comprobando su firmeza; el segundo, el momento en el que Draper se encuentra en una reunión muy concurrida sobre una campaña en el que, aburrido de escuchar a un compañero cargado de petulancia, decide levantarse: escapar.
Creo que es más fácil ir sintiéndose identificado con Don Draper a medida que avanza la serie. Personalmente (aunque haya vivido el mundo de la publicidad desde que era niño y le dedico mi atención investigadora), me encuentro muy lejos de ese publicitario de éxito, guapo y engreído. Pero, poco a poco, ese Draper que va caminando hacia el abismo, ese Draper que se aleja y se distancia, ese Draper que mira, lee y escucha desde otra perspectiva se va convirtiendo, poco a poco, en uno mismo.
Esta madrugada, cuando estaba viendo a Draper comprobar la firmeza del cristal, sentía que yo mismo comprobaba lo aparentemente compacta que es nuestra propia debilidad. Esta madrugada, cuando veía a Draper abandonar esa reunión, entre hastiado e indolente, me he visto a mí mismo, abrumado en lo supuestamente importante; débil en todos los aspectos frágiles que configuran una vida. Como Draper, nos caemos desde todas nuestras rutinas y comprobamos el abismo que nos espera, quizá demasiado pronto.
Es uno de los mejores personajes de ficción que nos han dado las series americanas. Junto con Dexter, forman un dúo donde nada es blanco o negro y los sentimientos son laberintos en los que se pierden. Con Draper, además, no tenemos la ayuda de su voz interior, y nunca llegamos a saber lo que pasa por su mente.
La echaré mucho de menos, pero prefiero un final memorable a tiempo que una muerte lenta y agónica.