«Veo los montones de mi vida y no los reconozco», dice Abe Weissman, el padre de Midge, en The Marvelous Mrs. Maisel (temporada 6, episodio 8). Es una manera de revisar la vida sin ánimos de linealidades ni de circularidades, la vida como acumulación de unas pocas cosas, unos pocos hechos, unos pocos personajes, unos pocos momentos que, grano a grano, conforman nuestra vida, que no sé yo si es nuestra vida o, más bien, nuestras vidas.
No sé si es el momento de ponerse filosófico, pero, en el fondo, toda reflexión sobre nosotros, lo que nos pasa o pensamos que nos pasa, es una reflexión sobre el «yo». Y el «yo» es una de las cosas más difíciles de discernir. De hecho, me encanta las extensiones que hizo Freud sobre el «yo», el «súper-yo» y el «ello». Algo que somos, algo que está por encima de nosotros, algo que está tan por encima de nosotros que hemos de definirlo de manera muy lejana con un pronombre que no es nuestro porque es una pulsión humana. Demasiado humana, diría Nietzsche. El yo no puede entenderse, solo diluirse.
La mejor manera de mirarnos el «yo» es contemplarlo con el convencimiento de que somos eso, montones de vida. A veces, ni siquiera parecen nuestros. A veces, ni siquiera lo fueron, puesto que nos los hemos inventado, nos los han inculcado o han sido elemento partícipe de esa gran confabulación que son nuestras vidas, a mitad de camino entre replicantes sin conocimiento de causa y actores en un show de Truman en el que todavía no hemos llegado a comprobar que las casualidades no existen.
Me odio por haber querido escribir una cosa en el primer párrafo y haberlo desvirtuado con la sesera. Lo que me hubiese gustado escribir es que la segunda temporada de The Marvelous Mrs. Maisel es magistral. La considero así porque, a diferencia de en el cine, no me suelen gustar las series en forma de comedia, que tienden a la situación estereotipada alrededor de un sofá, de un salón, de un café. Pero The Marvelous Mrs. Maisel es la comedia más cómica y, por lo tanto, menos cómica que he visto. Esa comedia que se escapa de los quicios para convertirse en conciencia de destino y, por lo tanto, consciencia de nosotros mismos, que nos vamos viendo representados. Es imposible hacerlo solo con uno de los personajes, como ocurre en la mayor parte de las obras grandes.
Siendo tan diferentes, nunca he visto series tan similares (y no solo por la época) como Mrs. Maisel y Mad Men. Representando mundos casi opuestos y caracteres supuestamente contradictorios entre sí, beben en las mismas fuentes de la verdad, que están en el humor ácido y en la promoción de marcas y productos que esconden y evidencian la verdad de lo que somos. Pero hoy no toca explicar estas comparaciones.
Siento asco por estos párrafos que escribo porque estoy haciendo algo que no quiero hacer. Quería escribir algo sencillamente profundo y breve sobre una idea que saltó desde la tele hasta la cabeza, como la pulga que te hace rascar y rascar hasta que sangras. Y lo único que estoy haciendo es una muestra de lo único que sé hacer, ponerme en el escaparate de las cosas que más odio y ser totalmente incapaz de mostrar lo poco que puedo ser o que alcanzo a pensar.
Pero una cosa es cierta: que la vida esta hecha con montones y que, al echar la vista atrás, vemos una acumulación de cosas que pensaban que constituían vidas.
Y no son más que polvo.
Con imagen de Michal Kosmulski.