La entrada de hoy surge de algunas cuestiones relacionadas con la enseñanza de la literatura y, más concretamente, de la poesía. Hace unos días, mi hijo recibió el encargo de realizar una actividad en la que tenía que buscar un poema relacionado con un tema y utilizar ese poema para dibujar los contornos de una imagen vinculada con el texto. Obviamente, en la asignatura en cuestión se estaban estudiando cuestiones que tenían que ver con la poesía visual y los caligramas.
En el momento en el que vi la tarea, le animé a no reproducir ningún texto previo con los contornos sino a crear entre los dos un caligrama desde cero. Nos pusimos de acuerdo en que trataría sobre el agua y empezamos a toquetear con las autoformas de Word para dibujar una botella. Yo le dije que podíamos trabajar con cilindros de diferentes tamaños y anchuras para dibujarla. Después de unos cuantos tanteos, conseguimos un botella medianamente decente. Después, decidimos estructurar el texto en tres partes: el tapón, la boca de la botella y el resto: pensamos en que se podía «dosificar» el texto en esas cuatro partes. Luego intentamos buscar efectos visuales con la tipografía en el ordenador: triangulación en la boca y ondulación en las letras del fondo, con algún efecto de color. Luego llegó el texto, en el que jugamos con las palabras relacionadas con el agua y establecimos un paralelismo con las estaciones del año.
¿Para qué todo esto? Fundamentalmente, para pasar un buen rato y para ver que uno se podía divertir con el lenguaje, con los espacios. Y, por supuesto, para que una tarea no fuese eso precisamente, la elaboración de unos deberes con una rutina. Durante un buen rato, la obligación pasó a un segundo plano y el protagonismo se lo llevó el interés por la tarea misma. La respuesta del profesor es que no había que hacer eso. Es decir, no se podía pensar, crear y experimentar, sino que había que copiar, aclimatar y amoldar.
Y aquí es donde quería traer el tema de mi entrada de hoy. En principio, está más que bien que los alumnos conozcan las tentativas que se han realizado a lo largo de muchos años para experimentar con las palabras y el espacio, para dibujar con el lenguaje y para elevar a la palabra poética y fundirla en otras dimensiones. El problema aparece cuando se hace una actividad y se valora más lo mimético que el trabajo auténticamente creativo. En el fondo, una actividad como la que se pedía está violando los principios mismos por los surgieron los caligramas y otras manifestaciones de poesía concreta y de poesía visual. Quizá un profesor pueda conformarse con la elaboración de una tarea rutinaria, si su propósito es la extraña paradoja de enseñar poesía con la rutina; pero no llego a entender que un alumno haga otra cosa mucho más relacionada en el fondo y en la forma con lo que se pide y le digan que no sirve, que haga lo que ya está hecho. ¿Por qué surgieron los caligramas de Apollinaire y las manifestaciones literarias creacionistas? ¿No surgieron en el embrión mismo de las vanguardias, asociadas e íntimamente ligadas a los avances en otras artes plásticas como la pintura?
Vaya por delante que lo que hicimos durante una hora mi hijo y yo no era, ni mucho menos, una obra maestra. Pero pensamos que experimentar con los moldes formales de un procesador de textos (insisto: juego con estructuras geométricas, color, tipografía, ondulaciones) era algo mucho más interesante que la tarea inicialmente propuesta. No me gustan las preguntas de «literatura ficción» del tipo: «¿Cómo hubiera escrito sus caligramas Apollinaire si los hubiese creado en el año 2011?» Pero seguro que aventurar una respuesta es, en este caso, más que pertinente.
Mal vamos en la enseñanza si no dejamos un pequeño espacio para la iniciativa personal, si no abrimos la mente para alejarnos de lo de siempre, si no estimulamos en vez de penalizar la creatividad.
Porque, en el fondo de los fondos, está la eterna pregunta: ¿qué queremos que nuestros jóvenes aprendan?
(El caligrama que ilustra la entrada es de Guillaume Apollinaire.)
«¿qué queremos que nuestros jóvenes aprendan?» A eso no se contestar, pero si se lo que parece que no quieren: no quieren dejarlos pensar por si mismos, enseñarles a dudar y a plantearse diversas posibilidades a la hora de enfocar un mismo tema, no quieren enseñarles que hay muchas maneras de pensar y de expresarse y que la evolución y la flexivilidad es positiva, qué el salir del rebaño no esni bueno ni malo, pero a veces es muy saludable. No quieren enseñarles a vivir. Eso no quieren.
Lo que quieren es que los jóvenes se amolden al «sistema» y aprendan a no pensar más allá de lo indispensable, a ajustarse a unas normas impuestas, muchas veces sin sentido. En definitiva, a acatar las órdenes.
No estamos en el 1984 de Orwell, pero la gente que piensa por sí misma sigue dando miedo.
por cierto… queremos más fragmentos para una teoría del caos!
Si se refrena la creatividad indispensablemente unida a la poesía, o a la fotografía, o a la pintura, o a la música (asignaturas todas de secundaria) se anula la posibilidad de comprender su esencia, con lo cual se mantiene ese poso de repetición, de inamovilidad de lo necesariamente cambiante, del ojito con aventurarse en cualquiera de esos campos…
Es el antiguo paradigma del «my taylor is rich» en el aprendizaje de una segunda lengua que invade otras y que, a mi juicio, cercena que los chavales se aventuren, con el lujo de equivocarse, en algo vivo y lo encierren entre las pastas de un libro de texto como un coñazo que deben de aprender sin, lamentablemente, comprender.
Gracias por tus reflexiones, Raúl.
Elocuente, Raúl. Así nos va.